Aunque se ha insistido mucho en que este librito supone el testamento político de Tony Judt, historiador británico autor del monumental y aclamado Postguerra, su sustrato es más moral que otra cosa. Efectivamente, Judt parte del hecho de que la izquierda se ha quedado sin discurso y que no ha sabido en los últimos 20 años atajar la ola neoliberal que trajeron Thatcher y Reagan y, más recientemente, ha sido incapaz de dar una respuesta apropiada a la crisis económica en la que todavía estamos inmersos, y todo a pesar de que, paradójicamente, son los estados los que están saliendo al rescate del sistema capitalista.
Y eso ha sido así porque la izquierda se ha quedado sin margen para operar y ha preferido centrarse en “preocupaciones más autorreferentes” –así las denomina el autor-, como el feminismo, los derechos de los gays y la política de identidad, evitando cuestiones clave como la igualdad o la defensa de lo público. Pero no queda ahí la cosa, Judt cree que la conversación pública debe recuperar cierta enjundia moral. “Los seres humanos necesitamos un lenguaje en el que expresar nuestros instintos morales”, señala al hablar del fabuloso poder de atracción de Juan Pablo II. No es gratuito que el historiador, izquierdista convencido, dialogue en el libro con Keynes o Orwell, pero también con liberales de primera hornada y de profundas convicciones como Adam Smith o Stuart Mill, e incluso con Hayek.
“La idea de una sociedad en la que los únicos vínculos son las relaciones y los sentimientos que surgen del interés pecuniario es esencialmente repulsiva”. La cita rescatada por Judt es de Mill. “Incluso si admitimos que la vida no tiene otro fin superior, es necesario que adscribamos a nuestros actos un sentido que los trascienda”, asegura en otra parte. Además de aportar un sentido colectivo y ético, la izquierda debe también ampliar sus miras desde un punto de vista geográfico. “Hay algo profundamente incoherente en una política radical que descansa en aspiraciones de igualdad o justicia social y que es sorda a desafíos éticos más amplios y a los ideales humanitarios”. Orwell vuelve a rondar.
Judt encuentra, paradójicamente, el germen de la ofensiva neoliberal en los movimientos juveniles de los 60, que al tiempo que se declaraban entusiastas de la revolución cultural de Mao Zedong y las colectivizaciones en el tercer mundo, buscaban con ahínco su propia individualidad. Por decirlo con palabras de Judt, el narcisismo de los 60 puso en bandeja una revolución conservadora que acabó con el consenso de la posguerra en Occidente. Un consenso que coincidió con una etapa de prosperidad económica que quizá no se repita pero que a la vez nunca discutió el papel del Estado como garante de la igualdad.
Por lo demás, el libro, que fue dictado por un Tony Judt ya postrado por la enfermedad que acabaría con su vida, destaca por su capacidad de síntesis. Aunque estamos ante un manifiesto a favor de las esencias de la izquierda y, sobre todo, de lo público frente al capitalismo desregulado que nos ha llevado al borde del abismo, y eso se nota en el lenguaje directo del autor, al libro no le falta perspectiva (histórica). Judt se vale de su portentosa formación académica para poner al habla el pasado con el presente de Europa y Estados Unidos y suscitar así el debate en las jóvenes generaciones acerca de qué sociedad queremos.
Algo va mal
Tony Judt
Editorial Taurus, 2010
220 páginas
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