Por lo que tarda en sacar una novela, se podría decir que los libros de José Ángel González Sainz son de cocción lenta. Este soriano sorprendió a todos ganando en 1995 el Premio Herralde con Un mundo exasperado, donde un hombre de mediana edad, que se debate entre el rechazo y la adaptación a la sociedad, hace repaso de su vida, y casi una década más tarde también lo hizo con Volver al mundo, que analiza el desengaño de las ideologías de los setenta a través de la mirada de una mujer.
Ahora, en Ojos que no ven, vuelve a lanzar una mirada retrospectiva al pasado que ha ido haciendo este país. Las cavilaciones de Felipe Díaz, un empleado de imprenta que de buenas a primeras se queda sin trabajo y decide emigrar con su familia al País Vasco en busca de un futuro mejor, sirven a González Sainz para dar cuenta del drama de tantos que hicieron lo mismo y que, por no dejarse embelesar por las fascinaciones del nacionalismo y de los discursos de la identidad, tuvieron que sufrir una vida de vejaciones y postergación.
En este caso, la herida es más sangrante, pues el meditabundo protagonista tiene que ver cómo su mujer y su primogénito sucumben al canto de sirenas del independentismo, lo que crea una brecha insalvable en el seno familiar. González Sainz no aspira a contar el mundo y no da voz a los muchos que podían haberla tenido en un escenario tan complejo. Por el contrario, son las tribulaciones del protagonista, sus preguntas por el sentido de las cosas y su lucha por la dignidad, las que hacen avanzar la narración.
Contando lo justo (en realidad muy poco) y de una manera muy contenida y metafórica, González Sainz logra crear una tensión que acaba en tragedia. Paralelamente al debate moral, Ojos que no ven también se convierte en una meditación por el sentido de las palabras y muestra cómo su perversión es una forma de barbarie, aparentemente menos dolorosa, pero al cabo del día igual de peligrosa.
Ojos que no ven
José Ángel González Sainz
154 páginas
15 euros
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