Después de buscar algún ejemplar durante un buen rato en la penumbra y de disfrutar del frescor y la paz conventual de la librería, uno sale al exterior y queda cegado por el sol mesetario de finales de junio, que se cuela por cualquier rendija y toma más fuerza si cabe al reflejarse en el adobe ocre de las fachadas. Urueña es un sitio perfecto para el amante de los libros y del sosiego.
Una docena de románticos, al amparo, eso sí, del dinero público, ha convertido este pueblo vallisoletano, que está a un tiro de piedra de Madrid (justo en la salida 211), en un lugar feliz y raro. Urueña está trufado de librerías, algunas de segunda mano, donde uno nota, nada más entrar, el cuidado y el empeño del dueño, el mimo con el que ha decorado el establecimiento y ha dispuesto la iluminación para no dañar el papel o las cubiertas de los volúmenes expuestos y, sobre todo, el esmero puesto en la selección de los títulos. No hay prisa por vender la última novedad porque sencillamente aquí no ha llegado. Todo eso que tanto se echa de menos en las grandes superficies y o en los centros comerciales de la ciudad.
Urueña, situado en un altiplano que emerge sobre un mar dorado de trigales y que en su momento fue fortaleza defensiva de los cristianos, no deja de ser un pequeño parque temático organizado alrededor del libro y del retiro que precede a cualquier lectura. Este pueblo es nostalgia de tiempos en que la vida transcurría sin demasiado sobresalto.
Urueña no deja de ser un ejercicio de voluntarismo para convertirse en una foto de lo que pudo haber sido, pero ya (probablemente) no será, de un mundo que está a punto de fenecer, aunque no lo sepamos con total seguridad. Y es que esas mismas páginas de Internet por las que, en concentrada soledad, pasean sus ojos los libreros a contracorriente de Urueña, mientras los turistas entran y salen de sus apacibles establecimientos, quizá se los lleven por delante.
En el mundo del libro electrónico y de las descargas sin control, el modelo de Urueña, el de ese librero generoso que calcula la presentación de los títulos que vende como si fuera un concienzudo director de escena, está en trance de extinción. Ha pasado en el Reino Unido y en otros países, y todo indica que pasará aquí.
Urueña es lectura sosegada y recogimiento en un mundo donde Internet impone trepidación y vocerío. También es contrapunto a esa industria editorial que nos tortura con una sucesión mareante (y esteril) de novedades casi siempre destinadas a la máquina trituradora. En fin, Urueña es, en algún sentido, un símbolo de la esquizofrenia que vive el mundo del libro y la cultura en general. Sus calles tranquilas y silenciosas, y la paz monacal de sus puestos de libros, se convierten en añoranza y contrapunto en un mundo que bulle con destino incierto.
En cualquier caso, vale la pena pasarse por Urueña. Es probable que uno no encuentre el libro que buscaba, pero si sentirá el abismo de vivir a caballo entre dos épocas, una que se resiste a irse y otra que llega como un vendaval.
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