El papel que la religión debe o puede desempeñar en la esfera pública en las sociedades seculares occidentales ha sido un tema de debate durante los últimos años en el mundo intelectual estadounidense y en otros países europeos como Italia o Alemania. En España, a pesar de la polémica pública que ha suscitado el cuestionamiento del marco vigente de algunas de las medidas impulsadas por el actual Gobierno, son curiosamente escasas las obras que abordan este tema desde una perspectiva académica y desapasionada.
Jurgen Habermas ha sido probablemente el intelectual más influyente en el debate acerca de la función y el significado social de la religión. Su evolución intelectual sorprendió a muchos de sus seguidores que han visto como el principal apóstol del secularismo del pensamiento europeo de la segunda mitad del siglo XX pasó a reconocer el valor epistemológico del pensamiento religioso a comienzos del siglo XXI.
Esta evolución se puso de manifiesto, entre otras, en su libro Entre naturalismo y religión y posteriormente en Dialéctica de la secularización, una transcripción revisada del debate mantenido con el entonces Cardenal Ratzinger en 2004 en la Academia Católica de Baviera. Cartas al Papa prosigue la misma senda intelectual y reúne los textos adaptados que se han basado en el debate que mantuvo Habermas en Munich en 2007 con cuatro miembros de la Escuela Superior de Filosofía de los Jesuitas.
Tanto en su ponencia principal, titulada La conciencia que nos falta, como en sus conclusiones finales, Habermas vuelve a reiterar el eje, no exento de contradicciones, de su pensamiento al respecto. Por un lado, la necesidad de lograr una simetría entre seculares y creyentes que rompa la situación actual por la cual los primeros no se sienten llamados ni obligados a escuchar a los segundos en virtud del paradigma del estado secular, pero si viceversa. Y es que “no es lo mismo hablar unos con los otros que los unos sobre los otros” (p. 56) como se encarga el filósofo alemán de recordarnos.
Sin embargo, la articulación de este reconocimiento mutuo se antoja infranqueable ante la clara distinción que Habermas hace entre fe y razón y que le llevan a enunciar tres exigencias al ciudadano religioso para acceder al espacio público. Estas son el reconocimiento de la autoridad de la razón natural, la aceptación de los fundamentos del igualitarismo y la exigencia de la no violencia. Unas premisas que con razón considera Norman Brieskorn, uno de los cuatro jesuitas debatientes, que estigmatizan al ciudadano religioso como “provinciano” y que, después de todo, mantienen el pensamiento habermasiano en las mismas coordenadas que los grandes teóricos del estado liberal, como John Rawls.
Desde una óptica muy distinta, Ulrich Beck se propone en su obra El Dios Personal abordar el rol de la religión en un mundo globalizado. Para ello no duda en adoptar una mirada de sociólogo refractario ya que, como él no duda en señalar, el paradigma sociológico ha entendido históricamente la religión como fruto de la debilidad humana. La principal tesis del libro sería la función positiva capaz de desempeñar por la religión individualizada en la supresión de conflictos.
Beck parte de la base de que el auge de la religiosidad en todo el mundo no implica una mayor fuerza de las religiones. Para Beck las grandes tradiciones religiosas se hallarían en un permanente declive y estarían siendo reemplazadas por un modelo de religiosidad individualizada basado en la multiplicidad de la oferta alejada de las coordenadas geográficas, temporales y étnicas que estaría dando lugar a un nuevo tipo de ciudadano religioso relativista, dubitativo, y, por tanto, con capacidad para reconocer al otro como igual.
El libro plantea varios problemas al lector. Aunque escrito en una prosa clara, ágil y brillante, sus presupuestos no están claros. El autor no precisa en ningún momento cuantas personas formarían actualmente parte de esa religión individualizada que, aunque él no lo admita, no deja de ser un trasunto de la sociedad de consumo aplicado al mundo espiritual. El libro no contiene datos al respecto y por si fuera poco Beck cita a Amnistía Internacional como ejemplo del nuevo tipo de iglesia que estaría surgiendo en este contexto, lo cual contribuye más a la confusión.
De la misma forma, Beck privilegia paz sobre verdad, pero no explica como puede lograrse el entendimiento entre las distintas culturas y religiones sin el concurso de representantes o portavoces de las grandes religiones. Por otro lado, su ataque constante a las grandes tradiciones religiosas, en particular al cristianismo, genera dudas acerca de la falta de sinceridad del autor y hacen pensar que el libro se trata sobre todo de un ajuste de cuentas con las dos grandes tradiciones cristianas alemanas (la protestante y la católica). En todo caso, un libro interesante y que podría anticipar una de las líneas del debate sobre la religión en los próximos años.
Carta al Papa. Consideraciones sobre la fe
Jurgen Habermas
Ediciones Paidós
Barcelona, 2009
256 páginas
14 euros
El Dios personal
Ulrich Beck
Ediciones Paidós
Barcelona, 2009
222 páginas
25 euros
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