Tengo amigos que trabajan 12 horas diarias en un periódico, pero que siguen siendo mileuristas con problemas para pagar la hipoteca, las facturas o la gasolina. Sé de bloggers que no cobran más de 50 céntimos por cada post (o información) que suben a la Red, lo que supone que el día debería tener 48 horas para poder vivir de lo que hacen. También conozco y he tratado con becarios que se eternizan en una redacción por 300 euros al mes, pero, eso sí, a cambio sacan tanto o más trabajo que un periodista en plantilla. El resultado de todo: profesionales acobardados, exprimidos, desmoralizados y, en algunos casos, alcoholizados, y redacciones con mal ambiente y donde reinan la estupefacción y el desánimo.
La conjunción de la crisis económica y el cambio de modelo impuesto por Internet, donde Google acapara gran parte de la inversión publicitaria y donde las adhesiones en favor de los diarios tradicionales pierden vigor, dejan un panorama desolador en el mundo de los medios. En la máquina del café o en las ruedas de prensa, los periodistas, que sentimos como el suelo se resquebraja a nuestros pies, nos pasamos la mitad del tiempo intentando desentrañar el tiempo que vivimos y ver hacia dónde va la profesión y si vamos a seguir ganándonos la vida con ella.
Comparto el diagnóstico que lanza Ignacio Ramonet en las páginas iniciales de su último librito La explosión del periodismo, de los medios de masas a las masas de medios: “El periodismo tradicional literalmente se está desintegrando. Nunca ha conocido una edad de oro, ya ha atravesado otras crisis graves y sin duda sobrevivirá. Pero, por el momento, digamos que se encuentra en la misma situación que Gulliver a su llegada a la isla de los liliputienses, amarrado por miles de minúsculos cordeles”.
Ramonet hace recuento de víctimas. Cientos de periódicos cerrados, sobre todo en Estados Unidos, reducciones de plantilla generalizadas y, como consecuencia, un empobrecimiento del trabajo en las redacciones, donde cada vez hay que hacer más con menos y donde la inmediatez que impone Internet hace imposible en muchos casos un periodismo digno.
Por el momento no hay solución a la vista. La publicidad en Internet no da para comer a los profesionales de siempre y es el viejo papel el que soporta casi toda la estructura. Algunos (Murdoch ha sido pionero con The Daily o The Times) están intentado que sus lectores superen el “muro del pago”, pero por el momento los resultados son desalentadores. Quizá las tabletas, como el iPad, y los quioscos digitales, que ahora proliferan en España (Orbyt y Kiosco y Más), cambien las cosas, pero es pronto para decirlo.
Esos minúsculos cordeles que atenazan al periodismo de siempre de los que habla Ramonet son el ejército de blogueros y aficionados que, con Internet, tienen la oportunidad de emular a los profesionales e introducir el concepto del low-cost en el planeta informativo.
En la parte más interesante del libro, Ramonet echa un vistazo a los últimos experimentos del laboratorio americano: al periodismo sin ánimo de lucro de Voice of San Diego y Texas Tribune; al periodismo que emerge de un ejército de bloggers, como el que hacen The Huffington Post y Politico.com; o a las granjas de contenidos, como Upshot (de Yahoo), o Seed.com, de The Huffington Post, donde no son los periodistas, sino las estadísticas de búsqueda de los internautas, los que determinan la agenda informativa. La traslación al resto del mundo de estos modelos es imprevisible, pero conviene estar atentos.
Ramonet no se resiste a responder a la pregunta del millón: ¿va a desaparecer el papel? Él no lo cree, y para justificarlo echa la vista atrás. “Internet no sustituirá a la prensa escrita, igual que la televisión no hay sustituido a la radio o al cine, y éste al teatro o la ópera”. La historia de los medios, dice, es acumulativa y todos caben. Además, para los que anden desnortados, también ofrece un libro de ruta. Aunque la anarquía y el caos informativo durarán y el camino será largo, su receta es bien sencilla. A los medios les dice que se centren y profundicen en lo que saben hacer mejor y en la información que mejor dominan. A los periodistas nos aconseja aprender a elaborar y lanzar la información por muchas vías y en diferentes formatos (redes sociales, Twitter, Youtube…).
Ramonet ha escrito un libro sugerente para los que nos dedicamos a esto, aunque su exposición es algo atropellada y, en su afán por tocar todos los desarreglos del mundo informativo (también habla del maridaje de los media con el poder, las repercusiones de Wikileaks o Anonymous, o las “intoxicaciones” en torno a la guerra de Irak), adolece de profundidad. Además, convendría al editor pulir la traducción y revisar algunos datos (como las cifras de PIB mundial de la página 60) y algunos links que no llevan a ningún sitio.
Carta a un joven periodista
Iñaki Gabilondo también analiza las turbulencias de la profesión en El fin de una época. El que habla es un Gabilondo íntimo, casi profesoral, y no el periodista estrella. Es un Gabilondo que asegura entender los problemas de los becarios o el servilismo y la obediencia de muchos profesionales obligados por una boca que alimentar. El libro, contenido, preciso y de escritura impecable, tiene la fuerza de un editorial y plantea una deontología con la que es difícil no estar de acuerdo.
A Gabilondo, al contrario que Ramonet, no le interesan tanto las cifras, la influencia de los conglomerados mediáticos, los posibles modelos de negocio de éxito o el “cacharrito” que se va a imponer en el acceso a la información. Su librito, en cambio, es más esencialista y tiene un marcado tono didáctico y moral. Es la carta que dirige al joven periodista el profesional curtido en mil batallas. “Se elige esta profesión porque te importa el otro, tu semejante, y porque quieres hacer algo que sirva a la sociedad. Si no son esas las razones, entonces es un oficio mal elegido”.
Gabilondo le pide al profesional de la información compasión para ponerse en el pellejo de los demás y humildad para cederle siempre el protagonismo, y echa de menos el aliento “aventurero, comprometido, casi misionero” del que hablaba Kapuscinski. Y vuelve a insistir: “Ningún periodista puede serlo si no está animado por una especie de fuego que le conecte con el hombre, con el otro, que le importe la condición ajena, la vida de los demás”.
Gabilondo detecta una paradoja sangrante. La profesión vive en un tiempo de estupor. Precisamente cuando el mundo es más complejo que nunca y está más lleno de matices, al periodismo, urgido por las prisas de Internet y por el titular impactante que asegure una mínima repercusión, se le complica mucho la tarea de relatar y dar cierta coherencia a esta complejidad.
En cualquier caso, la historia tendrá final feliz: Gabilondo es optimista y está convencido de que el buen periodismo regresará una vez que dé con el modelo de negocio adecuado. Mientras tanto, ve inevitable que las páginas de los grandes medios pasen a ser de pago. “Los empresarios descubrirán que en la necesidad social que entraña el periodismo subyace un negocio importante”. En fin, un libro para (re)encontrar las esencias de una profesión en la encrucijada.
La explosión del periodismo
Ignacio Ramonet
Clave intelectual
Madrid 2011
151 páginas
El fin de una época
Iñaki Gabilondo
Editorial Barril y Barral
Barcelona, 2011
174 páginas
20 euros
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