lunes, 5 de septiembre de 2011

La trastienda de un periodista




El Juan Cruz (1948) que todos conocemos es el periodista impenitente que descubrió su vocación cuando todavía andaba con pantalón corto y que, desde ese momento, no ha dejado de preguntar, multiplicándose hasta el infinito (“Siento que me esperan en otra parte, es una obsesión y un abismo”, reconoce), apurando las horas del día y de la noche para estar en todos los frentes: la redacción del periódico, la radio, la televisión, su blog en Internet, la presentación de un libro, la charla con los amigos o su propia literatura.

Sin embargo, la docena de libros que este tinerfeño de El Puerto de la Cruz ha escrito desde que sorprendió a todos con la rompedora Crónica de la nada hecha pedazos, allá por 1972, han mostrado siempre el reverso del periodista que está hasta en la sopa. 

Y es que su literatura, de espacios cortos y un punto claustrofóbica, reincidente, obsesiva, se ha movido desde el principio en un territorio íntimo, alejado del ajetreo de la actualidad que tanto sufre (y disfruta) el personaje público. Su escritura, un ejercicio permanente de autoconocimiento (“cuando escribo voy sabiendo, las palabras me van dictando quién fui”), ha sido durante casi 40 años el contrapunto a una vida de trabajo febril y recorrida a salto de mata donde siempre era su interlocutor, el político, el novelista, el poeta o el músico, el protagonista. Gracias a ella, Cruz ha querido recuperar su memoria, encontrar su voz más íntima y la de las personas que más le marcaron: su padre (Ojalá octubre) y su madre (La foto de los suecos).  

Este Muchas veces me pediste que te contara esos años es un libro amargo, rabioso, y el autor se asoma con demasiada frecuencia en sus páginas al abismo, en un ejercicio de memoria que duele. A pesar de ser un hombre entregado a una profesión que adora y que ha sido capaz de llenar su vida de reconocimiento profesional, de amigos y de libros, el periodista no puede ocultar la angustia de pensar en lo que no ha podido hacer. “Me gustaría vivir más tiempo, tener un momento infinito en el que pudiera recoger mi historia y contarla para que ocurriera de otro modo si alguna vez se repite, pero no se va a repetir, yo me iré y quién sabe qué harán los pájaros…”, llega a decir. 

Juan Cruz reconoce, en un largo ejercicio de impudicia, algunos de sus miedos: al tiempo que pasa y que no volverá, al vigor físico para siempre perdido... 
Pero tribulaciones y obsesiones conviven en Muchas veces me pediste… con la celebración de la vida. Y es que, aunque Cruz busca el silencio, le vence siempre la tentación de la palabra, del encuentro con los demás, del bullicio de esa playa del Médano donde tantos ratos pasa. Por eso el libro es también es un rendido homenaje al periodismo de Tenerife con nombres propios de El Día y La tarde en los comienzos de los años setenta, un periodismo precario, pero entusiasta y entregado, que, probablemente, pasó a mejor vida hace muchos años. Quizá con Cruz y su generación se vaya una forma de entender y ejercer esta profesión. 

En Muchas veces me pediste… también hay un recuerdo cariñoso para figuras que, de uno u otro modo, perfilaron al joven periodista, desde aquel gentleman sabio que fue Domingo Pérez Minik, al malogrado poeta Felix Casanova Ayala, pasando por el misterioso y admirado Guillermo Cabrera Infante, que a mitad de los setenta sobrevivía en Londres a su mal de nostalgia caribeña.

En definitiva, es un libro menos logrado que Ojalá octubre, donde hacía un ejercicio brillante de contención estilística y emocional, pero si el lector logra superar las primeras páginas de este Muchas veces me pediste…, algo tentativas y farragosas, el disfrute está asegurado.   



Muchas veces me pediste que te contara esos años
Juan Cruz Ruiz
Editorial Alfaguara
236 páginas
17,50 euros

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