Imaginémonos en el papel de aprendices de novelista - ¿qué lector no ha deseado emular las proezas estéticas de Faulkner o Borges?-. Ebrios de brillantes ideas procedentes de nuestra amplia y envidiable trayectoria vital y tras habernos decidido por escribir la gran novela del perplejo hombre postmoderno (seguidor infatigable de este blog), descubriremos, para amarga sorpresa de nuestra alma lectora, que somos incapaces de empezar por el principio: escoger cuál será el punto de vista más apropiado para nuestra narración.
Atraídos pero, a la vez, desbordados, por las oscuridades y sutilezas de los cuatro narradores de ¡Absalón, Absalón! tanto como por la, aparentemente sencilla pero inasequible a nuestras escasas fuerzas literarias, narración en primera persona de El Aleph, acabaremos, quizá, intentando repetir los Ejercicios de estilo de Queneau, para descubrir, consternados, que solo son factibles para un sosia del propio Queneau. Exasperados por nuestra torpeza, probablemente recalemos, con íntimo escarnio, en las clases de creación literaria que ofrecen, u ofrecían, los centros culturales en cualquier lugar de España.
Aunque, tal vez, para nuestra fortuna, salga antes a nuestro encuentro Brooklyn, de Colm Tóibín. El fiel narrador de Brooklyn nos detalla la experiencia de Eilis, una joven irlandesa que se decide a emigrar a Estados Unidos porque recibe una oferta de trabajo en firme desde Nueva York, muy preferible a las tareas de tendera eventual que realiza en su diminuto Enniscorthy natal (el lugar de nacimiento del propio Tóibín). Se trata de una novela de iniciación que nos muestra el camino de la progresiva independencia de Eilis frente a los dictados de su entorno inmediato, de su familia y de su iglesia.
El punto de vista del narrador define totalmente la novela, por cuanto solo se nos muestran, parcialmente, las emociones y los pensamientos de Eilis; al resto de los personajes los conocemos únicamente a través de sus actos, de sus diálogos y de las opiniones de la propia Eilis. Con un esfuerzo permanente de contención, Tóibín nos desgrana, sin concesiones artificiosas, la odisea de la protagonista, sometida a las duras experiencias del emigrante que debe dejar atrás todo cuanto ama en busca de un futuro mejor.
La descripción de los hechos es, en ocasiones, tan parca en detalles subjetivos que parece más propia de un notario que de un novelista. Ello no impide que transiten, a lo largo de todo el relato, corrientes emocionales de gran intensidad que resuenan solamente de forma sutil en el curso de la narración, como en sordina: la intensa humanidad de todos los personajes es uno de los puntos fuertes de la novela.
La perspectiva restringida del narrador nos impide ser los videntes del futuro de Eilis, por eso nos resulta tan impactante el dilema final de la protagonista. La clave de la novela, el conflicto moral de Eilis descrito en las últimas páginas, trasciende su propia anécdota para hacernos reflexionar sobre el fiel de la balanza de nuestras vidas, ¿qué pesa más en nuestro destino, las circunstancias externas o nuestras íntimas decisiones personales?
Tras haber recibido esta soberbia lección sobre la importancia del punto de vista en la narración y deseosos, a nuestra vez, de convertirnos en dueños del secreto, quizá deseemos discutirle a Tóibín el uso del truco de mostrarnos lo subjetivo solo cuando a él le interesa. Pero, amigos, para discutir hay que tener argumentos: ¡a escribir, aprendices de novelista!
Brooklyn
Colm Tóibín
Editorial Lumen
315 páginas
18,90 euros
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