Viendo Another year, la última película de Mike Leigh, uno tiende a pensar que llevar un trozo de vida a la pantalla del cine es relativamente sencillo. Que se pone la cámara en un rincón de ese jardín de clase media londinense donde transcurre buena parte de la acción, se encuadra a los actores y todo empieza a funcionar. Sin embargo, sospecho que esa capacidad para captar la vida corriente e insertarla en una trama cinematográfica sin convertirla en un triste remedo o una parodia está al alcance de muy pocos.
Another year es una película que desazona doblemente. La felicidad del matrimonio protagonista contrasta con el desamparo del resto del reparto. Además, el origen de la desdicha es muy poco “literario”. No tiene origen en la pobreza, el exilio o la marginación social. Los desamparados de Mike Leigh son más prosaicos, viven con nosotros, son nuestros amigos y familiares, gente corriente que sufre como nadie la soledad, la vejez o la desidia que llevan al alcoholismo. Y lo hacen evitando la queja.
Mike Leigh retrata como pocos una Inglaterra íntima de hogares angostos y lúgubres de clase media baja. No es, desde luego, la Inglaterra del cliché; del té a las cinco y de la aristocracia. Tampoco es el país luminoso (vaya paradoja) que le llamó la atención a Woody Allen en Match Point, ni tampoco el juguetón de la frívola Cuatro bodas y un funeral o de la lograda Notting Hill. A Mike Leigh no le interesa el Londres de los hippies venidos a más y de los mercados callejeros, o ése groseramente opulento de los financieros, las galerías de arte y los restaurantes de lujo.
Su Inglaterra es ese interminable paisaje suburbial y grisáceo que rodea al cogollo de relumbrón que nos venden en las agencias de viajes. Como hiciera en Secretos y mentiras o El secreto de Vera Drake, Mike Leigh se adentra sin hacer ruido y sin subrayados en ese mundo íntimo y de espacios estrechos donde sus moradores (tan british o más que esos otros que nos venden los folletos turísticos) sufren en silencio el atropello de los años y la soledad.
Another year tiene algo de chejoviano. El drama, siempre velado, tiene lugar en los estrechos límites de la vida cotidiana. Además, la mirada de Mike Leigh es compasiva. Sin embargo, el sarcasmo y la ironía casi desaparecen. Another year es una película contenida porque (y en eso sí que es muy british) los buenos modales que engrasan las relaciones sociales, incluso las más cercanas, silencian en todo momento cualquier exabrupto. Bendita cortesía que, además, permite un mayor lucimiento del reparto. Es memorable el largo y callado encuentro (cinematográfico) de Mary, funcionaria cincuentona y alcohólica que todavía está de buen ver, y Ronnie, jubilado que se acaba de quedar viudo.
La otra noche, la sala en la que vi Another year estaba a rebosar de gente mayor. Sospecho que la media de edad de los espectadores de esta película será muy alta. Es una pena. Que esta joyita llena de verdad y humanidad pase desapercibida para muchos es quizá el precio a pagar por tantos años de cine frívolo destinado a un público de gusto infantil.
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