A propósito del cierre de Revista de Libros, de Caja Madrid
Me entristeció enterarme, a la vuelta de las Navidades, de que la Revista deLibros, de la Fundación Caja Madrid, dejó de salir en diciembre. Llevaba 15 años en el kiosco con un formato inusual y una propuesta ambiciosa.
Siempre me sorprendió la amplitud de miras de esta publicación, donde colaboraban miles de críticos, profesionales profesores y expertos, y en la que se hablaba de “letras”, de literatura, de arte o de política; pero también de “ciencias”, de tecnología, de física, de arquitectura, de economía o de matemáticas. Al contrario que otras revistas “cultas”, Revista de Libros se buscó asesores en todas las áreas para informarnos de las novedades editoriales de casi todos los campos del saber y de la vida.
[Ahora que se habla tanto del modelo Huffington Post, donde un ejército de bloggers mantiene el discurso informativo, me pregunto si Revista de Libros no adelantó ese modelo con sus cientos de colaboradores que, durante años, nos dejaron miles y miles de artículos de las más variadas temáticas].
La publicación, dirigida de principio a fin por Álvaro Delgado-Gal, columnista hoy de ABC y antes de El País, también nos abrió la perspectiva geográfica y nos avanzó lo que se publicaba de interés en los mercados de editoriales de referencia, en Estados Unidos, Francia, Alemania o el Reino Unido.
También me llamó la atención siempre la independencia editorial, un caso raro en este país, donde el extremismo y el sectarismo político oscurecen la discusión pública y han colonizado, hasta cierto punto, el mundo de la cultura y de los libros. Revista de libros era inclasificable ideológicamente, y eso molestaba. Obligado a tener que leer entre líneas los suplementos de los periódicos por su claro sesgo político, empresarial o incluso familiar, Revista de Libros era un oasis.
También era una publicación currada y seria. Álvaro Delgado-Gal y su equipo editorial podían tardar meses en analizar las novedades que el voraz negocio editorial obligaba a comprar y deglutir al instante. Se discutían los textos con los autores y se afinaban. Además, se notaba el trabajo de edición y corrección de los textos, algo cada vez más escaso en el mundo del periodismo.
En el formato y en el estilo, Revista de Libros también fue diferente e interesante. Como asegura su equipo en la página web, intentó, a su manera, traer al ámbito hispano modelos de referencia en el mundo inglés como New York Review of Books o Times Literary Supplement. Cultivaba ese género tan anglosajón que es el ensayo a través del libro, evitando por un lado el exceso de erudición académica, pero yendo más allá de la reseña apresurada, indulgente e interesada de los diarios.
Ese desafío constante al sectarismo y al ritmo trepidante del mercado que daba lugar a una crítica sosegada y meditada era posible por el patrocinio de Caja Madrid. De otra manera, no habría podido mantenerse una publicación de este tipo, que, en cualquier caso, no era cara y suponía peccata minuta para una institución financiera multimillonaria.
Ahora, Bankia, donde está integrada Caja Madrid, ha dicho basta. A consecuencia del pinchazo de la burbuja inmobiliaria, está en una situación delicada y no le salen las cuentas, y Revista de Libros es un gasto superfluo que hay que eliminar. Cuando aceptamos la reconversión del sector de las cajas para salvar el sector financiero español, tuvimos que aceptar también –aunque quizá no reparamos en ello en su momento- un recorte importante de la obra social de estas entidades. El cierre de Revista de Libros es, ni más ni menos, una consecuencia menor de este ajuste.
Si recortamos en prestaciones ciudadanas básicas, ¿por qué no íbamos a aceptar el cierre de una revista de libros disfrutada por unos cuantos miles o, a lo más, decenas de miles de lectores? Estoy de acuerdo. No conviene mirarnos demasiado al ombligo y pensar que los libros están por encima de todo. Sin embargo, también debemos tener en cuenta que el coste de mantener funcionando Revista de Libros es mínimo y que corremos el peligro de que cuando la crisis amaine, por decisiones de este tipo, nos encontremos un país arrasado culturalmente.
Revista de Libros, donde compartían páginas gente tan diversa como Carlos Rodríguez Braun, Luis Alberto de Cuenca, César Alonso de los Ríos, Félix de Azúa, César Antonio Molina o Manuel Rodríguez Rivero, era un oasis en un país tan tribal, gregario y de trazo grueso como el que tenemos.
Quizá Delgado-Gal y su equipo deberían plantearse cambiar el gran mecenazgo de la caja de ahorros por el micromecenazgo de los miles de lectores interesados en que la historia de esta publicación no acabe aquí. Es lo que los anglosajones llaman crowdfunding. Tampoco estaría de más relanzar la publicación en Internet. Si así fuera, aquí tienen a un lector dispuesto a echarles una mano.
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