El bullente crisol de la sociedad estadounidense ha creado una raza específica de millonarios, influyentes y, frecuentemente, contradictorios personajes públicos que, bajo el efecto amplificador de unos potentísimos medios de comunicación, se disputan sin descanso el espacio mediático. Jeremy Rifkin, polifacético consultor político y prolífico autor de una veintena de libros de divulgación en los que suele anticipar transformaciones radicales en el mundo sobre la base de nuevos paradigmas científicos, sociales y ambientales, ejemplifica perfectamente las virtudes y los defectos de esa singular estirpe de grandes comunicadores norteamericanos, a la que pertenecen numerosas figuras, tan relevantes como controvertidas (recordemos tan solo a Al Gore, a Oprah Winfrey o al propio Bill Clinton).
El hiperactivo Rifkin, con la ayuda de una oficina digna de un mandatario de alto rango, la Fundación de tendencias económicas, predica sin cesar por todo el globo sus estimulantes y, adivinamos, casi siempre inaplicables ideas sobre el futuro de la Humanidad, mientras se reúne con todo tipo de políticos deseosos de retratarse con el visionario gurú tecnológico de los nuevos tiempos. Bástenos recordar, como el mismo Rifkin cita en la Tercera Revolución Industrial, la importancia que José Luis Rodríguez Zapatero daba a sus propuestas en el momento en el que se suponía que España iba a cambiar radicalmente de modelo productivo hacia un sistema económica y ambientalmente sostenible basado en las energías renovables (nada menos que un millón de nuevos empleos en el sector fue la deslumbrante profecía de Rifkin para nuestro país).
La Tercera Revolución Industrial es un producto divulgativo típicamente rifkiniano. El libro combina ingentes dosis de autobombo (Rifkin se reserva un papel estelar como decisivo dinamizador de políticas públicas e iniciativas privadas para el advenimiento de la tercera revolución industrial) con abundantes citas a las causas de los problemas de sostenibilidad de nuestra civilización y a las múltiples iniciativas individuales y colectivas que recoge la Red para resolverlos.
Al hilo de ello, y bajo la envoltura de una propuesta de gran ambición, acorde con la crisis ambiental y el declive en la oferta de combustibles fósiles que nos acechan, nuestro iluminado autor nos propone un cambio radical en el modelo energético y social (una nueva, la tercera, revolución industrial) para construir redes colaborativas donde las actuales estructuras verticales de producción eléctrica y de toma de decisiones políticas sean sustituidas por un poder “lateral”, distributivo, ecológico y democrático. La tesis de Rifkin se fundamenta, por un lado, en la difusión de una nueva cultura humana más empática, impulsada, a través de las redes sociales, por la pura necesidad de colaboración en un mundo cada vez más hostil, y, por otro, en la confianza, tan íntimamente asociada a nuestro modelo de desarrollo, en que los avances científicos y tecnológicos nos vuelvan a sacar las castañas del fuego.
En uno de los capítulos esenciales de La Tercera Revolución Industrial se describen, acertadamente, las restricciones que la segunda Ley de la Termodinámica imponen a cualquier sistema, por mucho que les pese a los economistas de la Escuela de Chicago. Como nos explica Rifkin, el equilibrio de nuestra precaria existencia individual e, indirectamente, la base del modelo social y económico que hemos gestado, son inestables, por cuanto se sostienen en la extracción permanente de orden, en forma de recursos naturales, en suma, de materia y energía, de nuestro entorno.
Sin embargo, el libro es profundamente incoherente en las propuestas para suplir la progresiva desaparición de las fuentes de orden que la Humanidad ha utilizado para su espectacular explosión de desarrollo de los últimos 50 años: la explotación de energía fósil y de recursos, como las tierras raras, tan escasos como necesarios para nuestros progreso técnico. El modelo de generación energética que propone Rifkin, basado en el rediseño global de edificios del mundo entero para que pasen a convertirse en nodos de generación de energía renovable dentro de una red de distribución eléctrica también global, o al menos, continental, donde las decisiones de gestión sean compartidas y no verticales como hasta ahora, es, sencillamente, inverosímil.
Y lo es no solo a causa de las colosales dificultades conceptuales, políticas, sociales y técnicas de la propuesta, que el autor cita tan solo someramente, sino, más aún, porque los recursos naturales necesarios para desarrollarla son limitados, como señala el propio Rifkin en una parte del libro para olvidarlo en el resto, y, como se deduce de los propios datos aportados por el autor, porque las mejoras propugnadas en la eficiencia energética no pueden compensar el aumento imparable de las demandas que ejercemos sobre el planeta.
Como ya nos advirtió Jared Diamond en el muy popular Colapso, la causa del fracaso de muchas sociedades a lo largo de la Historia se encuentra en su deficiente manejo de las limitaciones ecológicas de su entorno. La huella ecológica de nuestra civilización hace tiempo que alcanzó al planeta entero y, mal que nos pese, la factura a pagar será tremenda si no somos capaces de reducir de forma radical nuestra insaciable voracidad energética y material. A ese fin, la pretensión de lograr una sociedad más empática, con ser ilusoria, resulta más verosímil que la fe tecnológica que domina a Rifkin.
Con todo, las numerosas referencias sacadas de la web y a las que nos remite el autor a lo largo de las páginas de la Tercera Revolución Industrial resultan lo más interesante del libro, por cuanto nos abren múltiples caminos para la reflexión sobre los grandes problemas ambientales de este siglo y la forma de resolverlos.
La Tercera Revolución Industrial
Jeremy Rifkin
Paidós Ibérica
Barcelona, 2011
400 páginas
22,90 euros
Excelente entrada; y estoy totalmente de acuerdo con lo expuesto en ella. Precisamente estoy leyendo ambos libros citados, el de Rifkin y el de Jared Diamond y este último me está resultando mucho más sensato.
ResponderEliminarCoincido plenamente en que Rifkin se da autobombo de su influencia con Merkel y Zapatero (a buena hora) y que el contenido del libro no está a la altura de lo que esperaba del autor de El fin del Trabajo (también leí La revolución de la economía del hidrógeno, pero este ya empezaba a demostrar que lo suyo no es aventurarse en la prospectiva tecnológica.
La solución que propone es demasiado compleja organizativa y tecnológicamente, y diría que acumulé más y más directa experiencia en ello que Rifkin.
Creo que hace tiempo que perdió el buen olfato que demostró con El fin del trabajo.
Saludos
Alberto Montiel
eidonlink.net