A propósito de "Acabad ya con esta crisis!", de Paul Krugman
Se puede estar de acuerdo o no con lo que dice, pero Paul Krugman es una muestra de la calidad del debate público en Estados Unidos. Su libro –en ningún momento esconde sus intenciones- es un llamamiento a la movilización de todos aquellos con capacidad de influencia, “desde los economistas profesionales a los políticos y los ciudadanos inquietos”, para acabar con una crisis que está dejando a muchos millones de ciudadanos fuera del sistema. Y puede que lo consiga, pues Krugman es una estrella mediática mundial y tiene la rara habilidad de convertir un libro donde se habla de la prima de riesgo, la "austeridad expansiva" o la "trampa de liquidez" en un best-seller que se degusta como una novela de intriga.
Como el brillante documental Inside job, el libro de Krugman recurre a un estilo directo, persuasivo y fresco que quiere, en último término, “indignar” (me pregunto cuándo volveremos a utilizar esta palabra sin dar explicaciones) y movilizar. Sin embargo, si la película culpa por igual a financieros y políticos y muestra los pasadizos entre el mundo académico y el del dinero, el Premio Nobel, que durante años ha estudiado los mecanismos de las crisis económicas, pone en el punto de mira a la clase política y deja a un lado a los temidos mercados.
A pesar de su vehemencia de bloguero y columnista, Krugman respeta la inteligencia del lector. Su argumentación no consiste en desacreditar por la vía rápida a sus oponentes ideológicos y académicos. Krugman, que cree que ha sido solo en las tres últimas décadas cuando la derecha estadounidense se ha hecho intransigente en cuestiones económicas, aprovechando en parte el fuerte incremento de los ingresos de la élite, dialoga con ellos.
También muestra las contradicciones de los que en Estados Unidos se han movido su órbita liberal (de izquierdas, para entendernos). A Obama, por ejemplo, le reprocha la falta de ambición que tuvo el primer plan de inversión pública después del desastre de Lehman Brothers. A Ben Bernanke, el presidente de la Reserva Federal, que haya acabado por plegarse a los deseos de los políticos republicanos cuando una década atrás daba lecciones a las autoridades japonesas, incapaces de sacar al país de la recesión con una política de expansión del gasto.
Como declarado keynesiano, asegura que desde mañana podemos empezar a salir de la crisis a través de una política agresiva de inversión pública -“¿De verdad es tan sencillo? ¿Sería de verdad tan fácil?”, se pregunta el autor. “Pues sí; básicamente sí”, se responde-. Krugman insiste una y otra vez: la culpa de que sigamos en crisis después de cinco años y de que en algunos países como España las perspectivas sean bastante lúgubres no es de los mercados, sino de los políticos, economistas y académicos que han confundido el keynesianismo con el socialismo y la gestión centralizada, y que siempre han visto al diablo vestido con el traje del déficit o la inflación.
Acabad ya con esta crisis es, como su título insinúa, un grito desesperado destinado a los políticos y a esa “gente seria” que, desde que estallara la burbuja inmobiliaria en Estados Unidos, siguen sin resolver una crisis que está acabando con el futuro de una generación.
Krugman echa la vista atrás para poner en la picota a aquellos políticos que desde Jimmy Carter apoyaron la autorregulación de los mercados y la liberalización de la banca, iniciativas que durante tres décadas contaron con el aval legislativo de republicanos y demócratas y que desde la Reserva Federal auspició Alan Greenspan. Krugman recuerda que el aparato teórico en el que se apoyó esta desregulación –apoyado en el mantra que dice que los mercados financieros siempre encuentran los mejores precios para sus activos- siempre fue débil.
El profesor de Princeton proclama que se puede acabar al instante con la crisis, y la solución está en el incremento del gasto público, como paso en Asia en los noventa y en los años 30 del siglo pasado. Sin embargo, antes es necesario, en su opinión, derribar algunos mitos. Al contrario de lo que nos han querido hacer creer, no hay en su opinión evidencias de que una política fiscal expansiva sea perjudicial para el empleo. Muy al contrario, Krugman cita trabajos de campo de los investigadores del poco sospechoso FMI, que identificaron más de 150 casos de austeridad fiscal en países avanzados que acabaron con contracción económica y más desempleo. En este punto, hay que reprochar a Krugman que solo “cite” y no profundice en un apartado crucial para su argumentación.
Tampoco ve razones para sacrificar una generación por la reducción del déficit. Aunque reconoce que el déficit estadounidense es considerable, también considera que es asumible por una economía dinámica y de proporciones gigantescas. “Mientras que los perjuicios causados por el desempleo son reales y terribles, el daño causado por el déficit, a un país como Estados Unidos y en su situación actual, es ante todo hipotético”. Krugman establece paralelismos con la situación a finales de los años treinta y recuerda que “la deuda que [en aquel momento] el Gobierno suscribió para librar la guerra representó, de hecho, la solución a un problema de exceso de endeudamiento privado”.
También critica la ortodoxia alemana en torno a la inflación, la “otra amenaza fantasma”. Y va más allá al sugerir, ¡en línea otra vez con las propuestas del Fondo Monetario Internacional!, que sería eficaz ponerla en el 4% durante un largo periodo de tiempo. Los costes de una medida así, nos dice Krugman citando a la “mayoría de economistas”, serían “poco importantes”. Cuando un país se halla inmerso en una “trampa de liquidez” (se llega a este punto cuando ni unos tipos de interés cercanos a cero impulsan el gasto), la cantidad de dinero que imprimen los bancos centrales es prácticamente irrelevante. Es el caso de Estados Unidos y de Europa en estos momentos.
Sobre el futuro de Europa, Krugman es más bien escéptico. Aunque en su opinión la crisis financiera de Estados Unidos desencadenó el derrumbe en el viejo continente, ese hundimiento habría llegado igualmente, tarde o temprano. La entrada masiva de capitales en algunos mercados, como el español, a raíz del euro, unida a fallos en la construcción europea (poca integración fiscal y casi nula movilidad laboral) tienen la culpa del desaguisado. Para poner coto a los ataques de pánico que deprimen economías como la española, Krugman insta a los Gobiernos y al BCE a estar preparados para la compra de eurobonos.
El columnista de The New York Times duda de la calidad académica del trabajo que respaldó la teoría de “la austeridad expansiva”, que tanto ha dominado el discurso de los líderes europeos en los últimos tiempos y que parte de la idea de que una economía sometida a recortes es la única vía para recuperar la confianza de los agentes y, a la postre, el crecimiento. ¿Cómo es posible –se pregunta- que un país saneado y competitivo como Alemania, y otro con plena autonomía monetaria como Reino Unido, se hayan metido en salvajes recortes presupuestarios que, a la larga, han oscurecido sus perspectivas de crecimiento?
Krugman no cree que la austeridad que desde 2010 se ha impuesto en el viejo continente, y que vino después de una primera fase de la crisis en la que Occidente salvó los muebles gracias al rescate del sector público, sea efectiva en un escenario tan complicado como el actual. Las cifras macroeconómicas, por el momento, hablan solas: hoy media Europa está en recesión, los países del sur del continente están al borde del abismo y sin un plan claro para mejorar su competitividad, y la creación de empleo en Estados Unidos sigue en entredicho.
Por último, Krugman lamenta que cierta moral haya guiado el discurso político en los últimos años y denuncia el “gran engaño” (o autoengaño, según se mire) de los dirigentes, que han querido ver los problemas del Grecia y de los países del sur como el justo desenlace a los tiempos de excesos. La parábola griega de las consecuencias merecidas del despilfarro fiscal se ha extendido por todo el sur y domina el discurso político de la derecha en Alemania o en Estados Unidos. Con la austeridad, recuerda el economista americano, solo ganan los acreedores, mientras que los ciudadanos ven como el sufrimiento se perpetúa.
¡Acabad ya con esta crisis!
Paul Krugman
Editorial Crítica
264 páginas
18,05 euros (papel)
Como todo, los neófitos en economía confundimos el tocino con la velocidad. O dejamos que los que nos (des)gobiernan nos confundan. Hay que tener cuidado con las expresiones que se usan y detallarlas extensamente, puesto que se puede hablar de "austeridad" y el común pensará en los recortes draconianos a los que nos estamos viendo sometidos en áreas tan sensibles como la educación o la sanidad. Por lo tanto, ¿nos encontramos ante una verdadera "austeridad" o ante una restricción de los derechos sociales que son fruto de la evolución de los pueblos en el último siglo?
ResponderEliminarHecha esta salvedad, Krugman tiene razón en que los Estados deben tender a una política económica expansiva y de gasto. Pero ojo, con cuidado. Si la crisis está dejando algo claro (y en pie) es que las estructuras administrativas y políticas que nos han amordazado durante años no son eficientes. Como muestra está la inoperancia de una administración pública con multitud de gastos que no son rentables para el Estado y el pueblo.
Luego se debe proponer un aumento de la inversión, sí, en aquellas áreas que redundan en el beneficio de la sociedad. Y se debe ser tajante e intolerante con los gastos innecesarios, que casi siempre responden a intereses políticos más que sociales.
Si la crisis está teniendo algo bueno es que no está dejando resquicio para la seguridad. Aquel mantra de que el trabajo de funcionario (o asimilado) sea para toda la vida quizá esté viviendo sus últimos momentos. La mentalidad española está asociada al mismo y por ello la crisis no es sólo económica, sino moral y social. El nuevo escenario económico (que llamamos crisis) ha llegado para quedarse y no da opciones a gastos superflúos y poco eficientes. Habrá que buscarse la vida de mil y una formas, creando valor, tendiendo a la excelencia, y no esperando en la poltrona que el sueldo caiga cada mes por haber superado una oposición. Los ocupados del secter privado atraviesan oposiciones todos los días de su carrera profesional y nadie les garantiza nada.
Los Estados deben gastar e invertir más. Pero ha llegado el momento de hacerlo con cabeza. O eso o la intervención, con sus conocidas consecuencias.
Me parece interesante el matiz. Si el gasto público es la solución, hay que tener mucho cuidado y calcular bien dónde se pone el dinero. España, hasta los topes de obras faraónicas hoy medio vacías o completamente abandonadas, es un buen ejemplo de lo que no se debe hacer.
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