"Ninguno de nosotros es
gran cosa"
Richard Ford no es un
autor prolífico. Seis novelas para un señor que está a punto de cumplir 70 años no se puede decir que sea mucho. La necesidad de mantener la presencia
del “poco productivo” Ford en las librerías, dicen, es lo que ha llevado a su
editor, Jorge Herralde (Anagrama), a inventarse este librito, compuesto por
retazos autobiográficos y comentarios sobre literatura.
A pesar de tener un origen
tan plebeyo, el resultado no es malo, y ni tan siquiera parece forzado. Flores en las grietas nos acerca al
autor de El periodista deportivo, El día de la independencia o Acción de gracias, que constituyen un
potente fresco de los Estados Unidos desde la Segunda Guerra Mundial a esta
parte. El tono del libro es menor, íntimo, y ahí justamente radica su interés.
En Europa tendemos a
idealizar la vida de los escritores, atribuyéndoles inconscientemente las
aventuras de sus personajes de ficción o haciéndolos protagonistas de los
conflictos morales que se plantean en sus libros. La sacralización del
intelectual que tuvo lugar en la Francia del siglo pasado y que convirtió el
desencuentro de Camus con Sartre en un asunto universal, ha influido a la hora
de consolidar esa actitud reverencial que los europeos adoptamos ante el mundo
de la cultura.
En el mundo anglosajón las
cosas son bastante diferentes. La sospecha que suscita cualquier gesto de
intelectualismo en Estados Unidos hace que sean sus propios escritores e
intelectuales los se adelanten a rebajar las expectativas. Ford también coge esta
línea. “Ninguno de nosotros es gran cosa”, llega a decir en un momento, citando
a Auden. Los escritores no son gente especial y con un fascinante mundo
interior, y el que así lo crea es un frívolo, advierte en otro capítulo.
Siguiendo con este ejercicio
de autoconocimiento y despojamiento, Ford hace un encendido homenaje a un
profesor universitario que le enseñó a leer la literatura que le interesaba cuando
él nada sabía (en el capítulo La lectura).
También reconoce su propensión a la violencia física (En la cara) o a la
holgazanería (Holgazanear mientras la Musa recarga pilas).
Sus muchos años dando
clases en la Universidad y en eso tan americano que son los talleres de
escritura creativa, se notan en las partes del libro que yo más aprecio, que
son las que dedica a hablar de sus fuentes de inspiración literaria. Otra vez
rehuyendo el intelectualismo y el comentario sesudo, Ford nos pone sobre la
pista de joyas (a veces escondidas u olvidadas) de la literatura estadounidense
del siglo XX y vuelve a clásicos como Chejov, con una deliciosa relectura de La dama del perrito. También una delicia
es su lectura de Revolutionary Road,
de Richard Yates, aunque estoy seguro de que romperá esquemas a algunos.
Por último, algunos
capítulos de este Flores en las grietas
los dedica Ford a rescatar episodios de su infancia en el hotel de Little Rock,
en la ribera del Misisipi, regentado por su abuelo. En En recuerdo del golf, que cuenta la fascinación que siente por este
deporte un empleado negro del hotel, la inesperada intriga convierte la rememoración en
una relato excelente. Para mitómanos es su aproximación, en otra parte del
libro, a Raymond Carver, con el que tuvo una intensa amistad.
He aquí algunas de las
obras (casi siempre cuentos) de las que habla Richard Ford en este libro y que
pueden deparar alguna lectura interesante:
Muerte en el bosque, de Sherwood Anderson
Quiero saber por qué, de Sherwood Anderson
Reunión, de John Cheever
El fuego del hogar, de Tobías Wolff
¿Qué es lo que quiere?, de Raymond Carver
Años luz, de James Salter
NOTA: Richard Ford acaba de publicar en Estados Unidos su séptima novela, Canadá, que todavía no ha llegado a España. A continuación tenéis un vídeo sobre este trabajo.
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