A propósito de 15 M-Te quiero libre, de Basilio Martín Patino
El Pequeño Cine Estudio de
la calle Magallanes de Madrid era el último sitio para ver 15 M- Te quiero libre, el documental de una hora de Basilio Martín
Patino. La escondida sala de la calle Magallanes –hay que preguntar para llegar
a ella; está en un patio interior y no a pie de calle- es un vestigio de un
mundo periclitado. Que aguanten sus dueños con un programa hecho a base de
cortos y documentales es una proeza. En el Pequeño Cine Estudio resuenan ecos
de un mundo de cineclubs, sesiones dobles y mucha mitomanía cultureta
difícilmente comprensible para esos chavales de hoy que pasan el día colgados a
las pantallitas, irremediablemente lúdicas, de cristal líquido.
Por lo que cuentan las
crónicas, 15 M-Libre te quiero fue muy
aplaudida en la Seminci de Valladolid y luego ha tenido una buena cobertura
mediática. Si buscamos en Google información sobre el documental nos salen 2,6
millones de resultados. Buena parte de su “trascendencia” se debe al hecho de
que su promotor es una de las vacas sagradas del cine en España, Basilio Martín
Patino, el mismo que en los años 50, recién salido de la adolescencia, promovió
una renovación del casposo cine español de la época en lo que luego se
conocería como las Conversaciones de Salamanca y que más tarde haría joyas
como Nueve cartas a Berta u Octavia, o documentales como
Queridísimos verdugos o Caudillo,
sobre Franco, que hizo en la clandestinidad y que tuvieron que esperar a la
muerte del dictador para ser estrenados.
Sin embargo, y a pesar de
tanto nombre y curriculum, me temo que este trabajo sobre los indignados de la
Puerta del Sol no lo han visto ni cien personas en Madrid en los escasos cinco
días que ha estado en cartel, en horarios y salas marginales. En el mejor de
los casos, 15 M-Libre te quiero aparecerá
algún día de madrugada, cuando ya nadie se acuerde, en algún canal especializado de cine de autor, de esos que siguen cuatro gatos, o troceado en
Youtube si alguien tiene la osadía (y el buen gusto, y que perdonen la SGAE y los autores) de subirlo. En fin, un mundo a punto de desaparecer. Una pena.
En todo caso, vamos con la película. Basilio Martín Patino -82
de años ya, aunque no acaba de aparentarlos- se bajó desde el primer momento a
la puerta del Sol, cámara en mano, para rodar lo que no era más que el momento
final de una manifestación antisistema. En los días siguientes, y hasta que
desmantelaron la plaza, rodó 25 horas de tamboradas, debates, convivencias o
forcejeos con la policía.
Martín Patino prescinde de
una voz en off que nos guíe y, a pesar de todo, mantiene el interés gracias a un
excelente trabajo de montaje. Aunque las imágenes fluyen, sincopadas por esa
canción de Amancio Prada con letra de Agustín García Calvo que le da título a la
película, uno no deja de pensar, mientras las disfruta en la sala oscura, en el
infinito trabajo que le planteó a su minúsculo equipo de
colaboradores la selección del material.
El resultado es pura
poesía visual.
Dicen que Martín Patino da
una imagen quizá demasiado festiva y feliz del 15-M. Una imagen demasiado
lúdica que soslaya la crispación de la multitud y sus aspiraciones de regeneración democrática y justicia
social. Puede ser. Pero ¿acaso no fue la
sentada del centro de Madrid una gran performance? Como el propio Patino, televisiones
y fotógrafos de todo el mundo acudieron allí desde el primer momento para dar
cuenta de la primera manifestación de esa ira largamente contenida por la
sociedad española tras años de crisis económica.
Esa expectación
sentimental y mediática se contagió a los acampados de Sol, que acabaron
convirtiéndose en protagonistas de un espectáculo construido a base de de proclamas
libertarias y reclamos de (imprescindible) regeneración política –“la revolución
es ahora”, “lo queremos todo”, “no nos representa el PPSOE”, “si somos el
futuro ¿por qué nos dan por culo?”...-, pero también de música, color e inesperada
solidaridad.
En su peregrinaje por el
microcosmos de la puerta del Sol, la cámara de Martín Patino, que deja que sea
siempre el espectador el que tenga la última palabra –en esto su propuesta es
irreprochable-, se topa con imágenes que quizá se conviertan –qué remedio- en iconos de un movimiento de tan nobles como disparatados y vaporosos ideales.
Se me viene a la cabeza esa chica que juega con un globo rosa a los pies una
columna de policías. Un gesto tan ingenuo como desafiante, puro 15-M.
Libre te quiero
(Amancio Prada con letra de Agustín García Calvo)
como arroyo que brinca
de peña en peña,
pero no mío.
Grande te quiero
como monte preñado
de primavera,
pero no mío.
Bueno te quiero
como pan que no sabe
su masa buena,
pero no mío.
Alto te quiero
como chopo que al cielo
se despereza,
se despereza,
pero no mío.
Blanco te quiero
como flor de azahares
sobre la tierra,
pero no mío.
Pero no mío
ni de Dios ni de nadie
ni tuya siquiera.
No, no, no, no, no,
no mío.
No, no, no, no, no,
no, no, no, no,
ni tuyo.
No, no, no, no, no,
no, no, no, no, no,
no mío.
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