Relatos de Kolimá, de Varlam Shalámov
Estamos tan
acostumbrados a la literatura menor (menor en ambición, en estilo, en
inspiración) que cada vez nos cuesta más atrevernos a leer obras ambiciosas,
perdidos en la confusa abundancia de noveluchas y bestsellers con
contraportadas laudatorias que domina las estanterías de las librerías y los
catálogos virtuales. Por si fuera poco, el fárrago de Internet, donde la mayor
parte de los textos más populares, accesibles y divulgados carece de la menor
vocación de permanencia, nos tiene atrapados y no nos incita a buscar lecturas
reposadas y profundas.
Relatos de Kolimá es
una de esas obras que bien merecen la dedicación de unas cuantas tardes
invernales, con el ordenador o la tableta apagados. Varlam Shalámov vivió la
brutal experiencia de los campos de trabajo soviéticos y consiguió sobrevivir y
recordar. El resultado se nos muestra en las terribles, aunque bellísimas,
páginas de los Relatos de Kolimá, una obra ciclópea de más de 1.000 páginas publicada en España hace unos
años por la editorial Mondadori y, recientemente, por Minúscula.
Shalámov representa en sus
relatos un mundo helado, podrido e inhumano, absolutamente desesperanzado y
alejado de toda piedad. El libro está lleno de pasajes tremendos, que dan poca
tregua al lector, como éste de Sentencia, uno de los mejores relatos:
“Era poca la carne que me quedaba en los
huesos. Aquella carne bastaba sólo para la rabia, el último de los sentimientos
humanos. No era la indiferencia, sino la rabia el último sentimiento del
hombre, el que se hallaba más próximo a los huesos… ¿Qué me quedaba hasta el
último momento? La rabia. Y guardándome esa rabia me disponía a morir.”
O este otro de Carpinteros:
“A los trabajadores no
se les enseñaba el termómetro, aunque tampoco hacía falta: había que salir al
trabajo cualesquiera que fueran los grados. Por lo demás, los viejos del lugar
calculaban casi con exactitud el frío sin termómetro alguno: si había niebla
helada, quería decir que fuera hacía cuarenta grados bajo cero; si al expulsar
el aire este salía con un silbido pero aún no costaba respirar, significaba que
hacía cuarenta y cinco grados; pero si la respiración era ruidosa y faltaba el
aire, entonces era que estábamos a cincuenta. Por debajo de los cincuenta y
cinco un escupitajo se helaba en el vuelo. Los escupitajos se helaban en el
aire hacía ya dos semanas”.
No existe en el libro un hilo
conductor común, más allá del rigor del clima, las penosas condiciones de los
presidios y el régimen de trabajos forzados, y cada relato, ya se centre en una
anécdota nimia o bien en un hecho trascendente, posee su propia estructura independiente y
su propio estilo. El autor apela a todo tipo de recursos literarios y estéticos
y no desdeña, incluso, el empleo de la ancestral, y profundamente amarga,
ironía rusa, en la línea de Chejov o Bulgakov. Con todo, los relatos siempre se
desenvuelven en un tono contenido, salpicado de sutiles metáforas sobre el alma
humana y de reflexiones más incisivas y directas de Shalámov.
Siendo mucho más conocidos los siete
volúmenes de Archipiélago Gulag, donde otra víctima del sistema represor
soviético, el Nobel Aleksandr Solzhenitsyn, describe metódicamente el
complejo carcelario de Siberia en toda su extensión, la escalofriante
perfección literaria de los Relatos de Kolimá resulta
aún más turbadora (por mucho que le pesara al propio Solzhenitsyn,
que los consideraba insatisfactorios desde el punto de vista artístico).
En el Gulag que nos describe
Solzhenitsyn los presos mantienen rescoldos de esperanza y solidaridad mutuas.
Por el contrario, la
descarnada, agudamente pesimista visión del hombre que trasmite Shalámov no
admite pactos con el lector, que acaba el libro exhausto ante tanta iniquidad y
lleno de admiración ante la proeza personal y literaria de un hombre que, como
nos recuerda en el brevísimo y magistral relato introductorio, Por
la nieve, tuvo que recorrer dos veces el gélido camino del horror para que
podamos conocer la verdad.
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