La promoción que ha hecho
Seix Barral de esta novela casi me disuade de leerla. Y es que tiendo a
desconfiar cuando el marketing lo inunda todo y me dicen, sin sonrojo, que
estamos ante el autor revelación del año, lo no visto en mucho tiempo, una
mezcla de Delibes, del Cormac McCarthy de La
carretera o del Juan Rulfo de Pedro
Páramo. Además, cuentan que el libro de este extremeño que acaba de entrar
en los 40, que vive en Sevilla y al que no conocen más allá de su barrio, ha
interesado a editores de medio mundo y que se va a publicar en 13 países casi
al mismo tiempo que en España.
Seix Barral lo está
haciendo de maravilla. El libro, en realidad una novelita de apenas 200 páginas
que se lee en un par de tardes, se está promocionando estupendamente y ahora muchos
se acercan a las librerías a comprarlo con una mezcla de curiosidad y
certidumbre mercadotécnica.
Pues bien, una vez leído, y
a pesar de todo, tengo que decir que Intemperie vale la pena. Con muy pocos
elementos y un lenguaje trabajado y preciso, Jesús Carrasco construye una
historia esencial, desbordante de humanidad. Un niño huye de su pueblo y de su
familia y se echa al camino, deambula por un campo intemporal asolado por la
sequía. En su busca va un villano, el alguacil del pueblo, arquetipo de la
maldad. En su peregrinar por el llano desierto se topa con un pastor de cabras
con el que establece una distante pero creciente sociedad. Ese chico que pasa
por mil calamidades intentando salvar el pellejo permanece en la retina mucho
después de haber terminado el libro.
La literatura que más me
gusta es aquella que sugiere, pero evita mostrarlo todo. Es lo que pasa con el
buen erotismo. Es la literatura de Chejov, donde millones de dramas apenas
esbozados componen esa imagen tan suya del crepúsculo personal y social. Es
también la del cine de Ozu, donde los conflictos, casi nunca reconocidos, se
materializan en una mueca que rompe el protocolo o en una pregunta que en algún
momento se queda sin respuesta.
Fue Hemingway el que con
sus relatos puso de moda la teoría del iceberg. Una buena historia, venía a
decir, no debe mostrar más que una mínima parte del universo emocional o moral que
propone. A Hemingway eso le sirvió para hacer literatura desde el periodismo y
distanciarse de sus personajes. Creo que el relato de Jesús Carrasco también es
la punta visible de un festín humano y literario que no se acaba de mostrar.
No llegamos a saber del todo
por qué ese chico huye despavorido y arriesga incluso su vida para no caer en
las manos del alguacil. Nada sabemos tampoco del cabrero que, ya en sus últimos
días, sigue yendo de aquí para allá en un llano baldío donde sus cabras nunca
encontrarán una brizna de hierba tierna con la que alimentarse. Tampoco queda claro
por qué ese alguacil sin escrúpulos persevera, en compañía de dos temibles lacayos, en la
busca de un chico que nadie más reclama. [De psicoanalista: cuando aparece el oficial de
justicia no puedo dejar de imaginar en su lugar a Correa, el empresario que
estaba al mando de la trama Gürtel].
Intemperie es una historia
de supervivencia, con grandes momentos de lirismo, pero es sobre todo una
atmósfera opresiva, marcada por el miedo, la soledad y la carestía, y también un
lenguaje. Carrasco encuentra siempre la palabra precisa para dar cuenta de un
mundo que se extinguió hace mucho tiempo. Aunque nos dice que el alguacil va en
moto, con lo que se puede situar la historia en el siglo XX, quizá después de
la Guerra Civil, el mundo y las palabras a las que acude para describirlo nos trasladan
a la Edad Media, a un tiempo remoto en que la civilización estaba por llegar y
la barbarie dominaba los caminos.
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