A propósito de la lectura de Liquidación final,
de Petros Márkaris
En un país donde la corrupción ha campado a sus anchas, la
evasión de capital es moneda corriente, no es extraño que un justiciero que ejecuta a
aquellos individuos que se han beneficiado de la venialidad burocrática y han
desviado del fisco enormes cantidades de dinero, ganadas al albur de un sistema
corrupto, termine siendo un héroe popular.
En una Atenas
congestionada por las manifestaciones permanentes, los disturbios sociales y
las protestas de los ciudadanos, la figura del detective Kostas Jaritos emerge
como el punto de vista de la
sensatez. Es la proyección de su
propio autor, Petros Márkaris (1937), un izquierdista que sufrió la Dictadura de los
Coroneles (1967-1974) que asoló el país heleno, y que con los años ha tamizado
sus ideales.
Hay varias
razones de peso para leer esta novela. La historia, en sí misma, engancha.
No es solamente las peripecias de un asesino vengativo que utiliza la
simbología clásica y el cianuro socrático para cometer sus crímenes. Es la
historia de un policía otoñal que se encuentra en un momento clave de su vida
profesional, con opciones de promocionar aunque con la espada de Damocles
pendiendo sobre su cabeza por su tendencia a chocar con los intereses de sus
superiores.
Pero a la vez, sufre un problema familiar que vertebra la novela, y
la realidad de su país, su hija quiere emigrar en busca de una posición y un
salario acorde con su preparación. Él y su mujer, el gran eje de su vida y de
su concepción de la realidad, están a punto de zozobrar,
Los suicidios de
personas desesperadas por su situación también aderezan esta novela, como el
dardo que mortifica a la sociedad griega. Es el retrato de un país inoperante,
varado en una incapacidad crónica, en un viaje a la negación de sí mismo.
Pero la
etiqueta de novela policíaca no debe llamar a engaño. Que nadie espere
persecuciones espectaculares, escenas de violencia al estilo Hollywood o el
más mínimo erotismo. Si acaso chispas de un humor tirando a negro y un
sentimiento trágico de la vida, en la línea del más puro ortodoxo cristianismo heleno. La
construcción de la historia es buena, consistente y está cimentada por la
realidad social y la veracidad de sus personajes.
La visión del protagonista
(alter ego del autor) marca la historia, la define y determina de forma endogámica.
El protagonista domina la situación y no quiere que nada se le escape. Juega
una partida de ajedrez programada y no deja nada fuera de su voluntad. Solo de
vez en cuando hace concesiones al resto de personajes, pero para reforzar su
condición de personaje omnisciente.
Quizá esta es
la principal debilidad de la
novela. Estaba predeterminada y
su resolución resulta forzada, rápida y poco efectista. Es como si un torero
quisiera matar rápido después de realizar una faena casi magistral. Tocar en
hueso para un novelista puede ser un fracaso, igual que para el diestro. Aunque
el público siempre podrá saborear esos deliciosos pases con los que ha
aderezado su narración.
Hay que quedarse con lo bueno, y Márkaris opta por la
juventud, representada en su hija y una antigua compañera suya de universidad
que ayudará a resolver el enigma; son la juventud en las que pone sus grandes
esperanzas para la recuperación del país. En el fondo, Márkaris, conocedor de
los infiernos que ha visitado el hombre, nos deja traslucir que no hay que caer
en el derrotismo de la tragedia griega. Hay un futuro, y todavía podemos luchar
por él.
He tenido la oportunidad de leer hace poco este libro y coincido contigo: me ha entretenido mucho, pero me ha defraudado el final. Quedará para siempre en mi memoria la hipótesis de uno de los personajes, que no duda en afirmar que Merkel está detrás de las muertes, cansada de tener que ir siempre detrás con el monedero, pagando lo que otros no pagan. Yo se la recomendaría a todos aquellos que quieran mirar esta crisis desde una perspectiva original.
ResponderEliminarGracias por tu comentario. Lo de la Merkel parece un chascarrillo del autor buscando los extremos. Me imagino que a los griegos no les caen muy bien los alemanes y viceversa. Un saludo.
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