[Recupero aquí un comentario que hice cuatro años atrás, con motivo de la aparición de "Anatomía de un instante", esa novela-ensayo-crónica-relato histórico y algunas cosas más de Javier Cercas. Espero que el tiempo no haya pulverizado mis impresiones de entonces].
Puro
placer. La última novela de Javier Cercas se lee, a pesar de sus más de 400
páginas y la intrincada madeja política y militar que intenta desenredar, de un
tirón. El reto es mayúsculo: Cercas aborda con los mimbres de la ficción uno de
los episodios más decisivos de la historia de España en la segunda parte del
siglo XX, el del golpe de Estado del 23 de febrero, que, quizá por lo que nos
jugábamos y por su proximidad en el tiempo, se rebela huidizo y misterioso,
pero también complejo y caleidoscópico.
Cercas vuelve en Anatomía de un instante a explorar el camino que había transitado
en su brillante Soldados de Salamina.
El autor, sabedor, como él mismo asegura en las páginas iniciales de este
trabajo, de que “los hechos poseen por sí mismos toda la fuerza dramática y el
potencial simbólico que exigimos a la literatura”, cede a la Historia todo el
protagonismo. A partir de esa Historia que nunca es “coherente y simétrica”,
sino más bien “desordenada, azarosa e imprevisible”, monta el relato y le da
vuelo literario.
Aunque el propósito primero de Cercas era escribir una
perfecta y cerrada novela de espías con el CESID como piedra angular y sus
agentes como catalizadores del golpe, las averiguaciones del autor durante meses
le llevaron al convencimiento de que una novela del 23-F debía ser poliédrica y
coral, sino no sería. Efectivamente, la memoria de la rebelión, que era esperada,
cobardemente, por casi todo el mundo desde el verano de 1980 y fue propiciada,
además de por los militares, por la actitud ambigua del propio Rey y de los
partidos democráticos, ha residido y sigue residiendo en muchas fuentes: los
militares golpistas directamente implicados, los muchos que no estuvieron tan
implicados pero que se mantuvieron a la expectativa, el Rey y su círculo, el
gobierno de Suárez, los espías, los medios de comunicación, los partidos
políticos que ese día debían investir como presidente del Gobierno a Leopoldo
Calvo Sotelo…
Una
muestra de que Cercas construye el relato pegado a los hechos para luego
trascenderlo está en ese recurrir constante a las
imágenes de las cámaras de Televisión Española que, por accidente, quedaron
encendidas y grabaron la toma del Congreso. Precisamente, esta grabación, que
ha cambiado la forma de acercarnos al golpe y que traído consigo el peligro de
banalizarlo, permite al autor vertebrar el libro.
La figura de Adolfo Suárez,
petrificado en su escaño mientras mira con aparente tranquilidad al general
Gutiérrez Mellado, que se enfrenta en medio del hemiciclo a los guardias
civiles insurgentes, es la coartada perfecta para desplegar la novela y toda su
carga moral. Cercas convierte a Suárez, “el falangistilla
arribista, el chisgarabís de provincias sin formación”, en un héroe al que, a
pesar de atribuir muchos errores, concede también la paternidad de una
democracia hecha a golpe de decreto-ley y que desde 1976 siempre avanzó por el
alambre.
Gutiérrez Mellado y Carillo, los únicos que no se achantan con las
voces y las balas de los golpistas en el Congreso, son también figuras que el
relato ennoblece. Otra vez retoma Cercas el propósito moral de Soldados de Salamina, que era denunciar la
eterna ingratitud de este país con sus héroes. En aquella ocasión, salda
cuentas con un soldado republicano que se moría en un geriátrico del sur de
Francia; en ésta, con un político que hoy vive desmemoriado y que en sus buenos
años fue capaz, a pesar de criarse en el franquismo más rancio, de poner los
pilares de la democracia. Es conmovedor el relato de los últimos años del
político de Ávila, cuando se entrega en cuerpo y alma a dignificar su propia
figura al mando de un partido fantasma como el CDS.
Eso sí, a diferencia de sus
dos novelas anteriores (Soldados... y La velocidad de la luz), el Cercas narrador esta vez no ha tenido la necesidad
de mostrarse. Confiando sin duda en la extraordinaria contundencia de los
hechos descritos, aparece sólo en las últimas páginas del libro para
reconciliarse con su padre, un suarista convencido.
Un apunte final. Anatomía de un instante también dará mucho que hablar por su
acercamiento al papel que tuvo el Rey, no tanto después del golpe, pues
indiscutiblemente fue quien abortó el alzamiento, sino antes. Y es que Cercas
llega a la conclusión, después de leer como un poseso (es muy interesante la
bibliografía final que incluye) y escuchar multitud de testimonios, que el
monarca no fue explícito en su rechazo a las maniobras para quitar a Suárez de
en medio y, en consecuencia, facilitó que cabecillas como Milans del Bosch y
Tejero, bendecidos por el maquiavélico Armada, organizaran la rebelión.
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