lunes, 20 de mayo de 2013

Cercas y los últimos héroes





[Recupero aquí un comentario que hice cuatro años atrás, con motivo de la aparición de "Anatomía de un instante", esa novela-ensayo-crónica-relato histórico y algunas cosas más de Javier Cercas. Espero que el tiempo no haya pulverizado mis impresiones de entonces]. 


Puro placer. La última novela de Javier Cercas se lee, a pesar de sus más de 400 páginas y la intrincada madeja política y militar que intenta desenredar, de un tirón. El reto es mayúsculo: Cercas aborda con los mimbres de la ficción uno de los episodios más decisivos de la historia de España en la segunda parte del siglo XX, el del golpe de Estado del 23 de febrero, que, quizá por lo que nos jugábamos y por su proximidad en el tiempo, se rebela huidizo y misterioso, pero también complejo y caleidoscópico.

Cercas vuelve en Anatomía de un instante a explorar el camino que había transitado en su brillante Soldados de Salamina. El autor, sabedor, como él mismo asegura en las páginas iniciales de este trabajo, de que “los hechos poseen por sí mismos toda la fuerza dramática y el potencial simbólico que exigimos a la literatura”, cede a la Historia todo el protagonismo. A partir de esa Historia que nunca es “coherente y simétrica”, sino más bien “desordenada, azarosa e imprevisible”, monta el relato y le da vuelo literario. 

Aunque el propósito primero de Cercas era escribir una perfecta y cerrada novela de espías con el CESID como piedra angular y sus agentes como catalizadores del golpe, las averiguaciones del autor durante meses le llevaron al convencimiento de que una novela del 23-F debía ser poliédrica y coral, sino no sería. Efectivamente, la memoria de la rebelión, que era esperada, cobardemente, por casi todo el mundo desde el verano de 1980 y fue propiciada, además de por los militares, por la actitud ambigua del propio Rey y de los partidos democráticos, ha residido y sigue residiendo en muchas fuentes: los militares golpistas directamente implicados, los muchos que no estuvieron tan implicados pero que se mantuvieron a la expectativa, el Rey y su círculo, el gobierno de Suárez, los espías, los medios de comunicación, los partidos políticos que ese día debían investir como presidente del Gobierno a Leopoldo Calvo Sotelo…  

Una muestra de que Cercas construye el relato pegado a los hechos para luego trascenderlo  está en ese recurrir constante a las imágenes de las cámaras de Televisión Española que, por accidente, quedaron encendidas y grabaron la toma del Congreso. Precisamente, esta grabación, que ha cambiado la forma de acercarnos al golpe y que traído consigo el peligro de banalizarlo, permite al autor vertebrar el libro. 

La figura de Adolfo Suárez, petrificado en su escaño mientras mira con aparente tranquilidad al general Gutiérrez Mellado, que se enfrenta en medio del hemiciclo a los guardias civiles insurgentes, es la coartada perfecta para desplegar la novela y toda su carga moral. Cercas convierte a Suárez, “el falangistilla arribista, el chisgarabís de provincias sin formación”, en un héroe al que, a pesar de atribuir muchos errores, concede también la paternidad de una democracia hecha a golpe de decreto-ley y que desde 1976 siempre avanzó por el alambre. 

Gutiérrez Mellado y Carillo, los únicos que no se achantan con las voces y las balas de los golpistas en el Congreso, son también figuras que el relato ennoblece. Otra vez retoma Cercas el propósito moral de Soldados de Salamina, que era denunciar la eterna ingratitud de este país con sus héroes. En aquella ocasión, salda cuentas con un soldado republicano que se moría en un geriátrico del sur de Francia; en ésta, con un político que hoy vive desmemoriado y que en sus buenos años fue capaz, a pesar de criarse en el franquismo más rancio, de poner los pilares de la democracia. Es conmovedor el relato de los últimos años del político de Ávila, cuando se entrega en cuerpo y alma a dignificar su propia figura al mando de un partido fantasma como el CDS.

Eso sí, a diferencia de sus dos novelas anteriores (Soldados... y La velocidad de la luz), el Cercas narrador esta vez no ha tenido la necesidad de mostrarse. Confiando sin duda en la extraordinaria contundencia de los hechos descritos, aparece sólo en las últimas páginas del libro para reconciliarse con su padre, un suarista convencido.

Un apunte final. Anatomía de un instante también dará mucho que hablar por su acercamiento al papel que tuvo el Rey, no tanto después del golpe, pues indiscutiblemente fue quien abortó el alzamiento, sino antes. Y es que Cercas llega a la conclusión, después de leer como un poseso (es muy interesante la bibliografía final que incluye) y escuchar multitud de testimonios, que el monarca no fue explícito en su rechazo a las maniobras para quitar a Suárez de en medio y, en consecuencia, facilitó que cabecillas como Milans del Bosch y Tejero, bendecidos por el maquiavélico Armada, organizaran la rebelión.    


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