En primer término, en las casetas de la Feria del Libro de
Madrid, los libros, primorosamente editados algunos, bastante dignos el resto.
Clásicos, contemporáneos, novelas, ensayos, autoayuda, poesía (no mucha),
manuales de economía y de negocios, esotéricos, históricos, para niños, para
coleccionistas, de fotografía, de deportes…
En segundo término, los libreros y los editores, allí, de
pie derecho, abanicándose y demostrando que la literatura, incluso la más
grande e intemporal, está ahí, en las casetas de la Feria del Libro de Madrid,
gracias al trabajo callado y sin brillo de un batallón de gente y colaboradores
(unos con contrato y bien pagados y otros sin él y que van casi por amor al
arte, freelance con ganas de aprender o de ganarse unos euros en tiempos de
apreturas).
Mientras bajo la
vista y la fijo en las portadas relucientes de los libros, y finjo que sólo ellos
me interesan, me llegan trozos de conversación o de llamadas telefónicas de los pacientes libreros: que
si hay que pedir un taxi para traer a fulanito o menganito del aeropuerto, que
si hay que reservar un par de noches más en el hotel o en la pensión, que si
hay que avisar a la furgoneta para que repongan no sé qué título que se ha
acabado… Es la trastienda de la literatura (grande, pequeña, mediana).
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Una chica hojea un libro. Luego mira a un lado y al otro.
Debe estar indecisa y probablemente sienta un cosquilleo en el estómago. Pregunta
el precio del volumen que tiene entre las manos: 17 euros. Levanta la cabeza y
se fija en el número de la caseta, como queriendo memorizarlo. Quizá para venir
otro día. Se va sin nada.
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En otro tiempo, en esta feria, a principios de junios que
recuerdo mucho más cálidos y sofocantes que el de este año, a la sombra de un
pino del Retiro, solía quedar con un amigo para hablar de libros, del trabajo y
de mujeres irresistiblemente idiosincráticas e imposibles.
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Algunos libros que han pasado por mis manos mientras, pero
que no he comprado. Por si a alguien le sirven para dar con una buena lectura.
Del
amor, de
Alain de Botton (RBA). Un mapa de los sentimientos amorosos. Un
libro de un tío muy dotado para enlazar la vida cotidiana con las grandes
corrientes estéticas, filosóficas o religiosas.
Cómo
educar a nuestros hijos en un mundo hiperexigente, de Carl Honoré (RBA). Para padres hiperexigidos
y con la mosca detrás de la oreja.
Diario
de Greg. Monta tu propio diario (RBA). Un libro donde tu hijo
puede aprender al tiempo que inicia un bonito viaje de autoconocimiento.
¿Para
qué servimos los periodistas (hoy)?,
de José María Izquierdo (editorial Catarata). De vez en cuando, en
los momentos en que el mundo se tambalea y el día se oscurece, esta pregunta me
atormenta.
La
divina comedia, de
Dante Alighieri (Ed. Gadir). Cada año, cuando vengo a esta
feria del libro, paso mis manos por sus páginas, pero nunca la compro. No es
muy cara (25 euros) y puede servir para que toda la familia (es una edición
para todas las edades) conozca este clásico.
Las
lágrimas de San Lorenzo, de
Julio Llamazares (Alfaguara). Un padre y su hijo (adolescente)
se reencuentran en Ibiza. Puede servir de preparación para futuras batallas y
melancolías.
A
corazón abierto, de Elie
Wiesel (ed. Sígueme). Sobre Dios y la enfermedad. Muy cortito y sentido.
Diccionario
de bolsillo de la lengua española (ed. Anaya). Le compro un
diccionario de bolsillo a mi hijo. No puede con el María Moliner que tenemos
en casa. El de Anaya es pequeño, manejable y a prueba de golpes y manos
grasientas. Cuando estoy pagando, me viene el recuerdo de aquel primer Sopena
que me compró mi madre en la librería Miranda de La Orotava, con la portada
llena de banderitas nacionales y un intenso olor a imprenta.
Qué
hacer con España, de
César Molinas (Ed. Destino). Imposible no fijarse en él con
la bombo que le han dado. El autor, a ratos extravagante y polémico, dice que
la economía nacional ha estado dominada por el “capitalismo castizo”. Tiene
buena pinta
Cómo
sobrevivir a un despido y volver a trabajar,
de Pilar Tena (editorial Pirámide). Un libro quizá
premonitorio.
Elogio
de lo cotidiano, de
Tzvetan Todorov (Galaxia Gutemberg). Sobre cómo la pintura
holandesa del siglo XVII, en su afán de evocar las virtudes, sustituye a los
santos y mártires de la iglesia por la gente corriente.
El editor de Libertarias me intenta endosar los dos
volúmenes de La araña negra, primera novela de Blasco Ibáñez. Realismo y denuncia social con el clero de la España
de finales del siglo XIX en el punto de mira. Es un dos por uno (como el de los
supermercados). El tenaz editor de Libertarias me da la posibilidad de llevarme
1.000 páginas por el precio de 500. Me echo atrás.
Juan
Roig. El emprendedor visionario. De cómo Mercadona devino en Imperio, de Manuel Mira. (Editorial La Esfera de los
libros). Ya que compro tanto en estos supermercados, lo menos que podría hacer
es saber un poco sobre quién me da de comer y cómo lo hace.
Las
ilusiones, de
Jonás Trueba (Ed. Periférica). Una novelita, hecha de
retazos e improvisaciones, sobre el cine y sobre ese tiempo en la vida, entre
los 25 y los 30 años, en que uno cree que todo es posible. Vi la película que la
inspira (Los ilusos, 2013) hace poco y es realmente evocadora.
Hay vida más allá de Planeta y las megaeditoriales:
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