A propósito de la lectura del libro Por qué la austeridad mata, de David Stuckle y Sanjay Basu
En 2009, The
Economist publicó un
beligerante editorial (“Mass murder and the market”, disponible en http://www.economist.com/node/12972677)
en el que rebatía ácidamente la interpretación que sobre los datos de
mortalidad en Rusia se planteaba en un artículo (“Mass privatisation and the
post-communist mortality crisis: a cross-national analysis”) publicado en la prestigiosa revista de
investigación médica The
Lancet por parte, entre
otros, de David Stuckler.
La tesis que defendían en su artículo David Stuckler, un investigador especializado en la economía de la salud pública, y sus colegas, relacionaba, en base al estudio intensivo de los datos estadísticos, las rápidas y masivas privatizaciones acometidas en los países postcomunistas (la conocida como “Terapia de Choque”) con una significativa reducción en la esperanza de vida. Como guardián espiritual de las esencias del liberalismo económico, The Economist pontificaba que el problema de las reformas en Rusia fue ¡su lentitud! y llegaba a sugerir que la culpa del exceso de mortalidad era achacable a los excesos de los borrachines rusos…
La recurrente participación de David Stuckler en esa y otras
muchas polémicas sobre la relación entre la economía y la sociedad le ha
conferido una gran notoriedad, que ha aprovechado junto con Sanjay Basu, un
experimentado epidemiólogo, para escribir Por
qué la austeridad mata, un libro a medio
camino entre el ensayo científico y el panfleto keynesiano (como proclama desde
el propio título).
A primera vista el libro parece uno más de la miríada de
ensayos que describen las muchas consecuencias de la Crisis, esta vez las que
produce sobre la salud pública. La novedad estriba en que, en este caso, las
contundentes afirmaciones de los autores (“según los criterios del propio
gobierno español, la austeridad no ha dado resultado”, “es sabido desde
hace mucho tiempo que los mercados no funcionan bien en materia de atención
sanitaria”, “las medidas de austeridad estaban causando estragos en la
salud del pueblo griego”…) aparecen siempre relacionadas con las
abundantísimas citas científicas que aparecen en las Notas finales del libro.
El recorrido del libro por las políticas internacionales de salud
parte de Estados Unidos en la Gran Recesión, explora los países comunistas
antes y después de la caída del Muro y acaba citando (¡cómo no!) los deletéreos
efectos de la crisis en Grecia, España e, incluso Gran Bretaña. También muestra
ejemplos positivos, como el de Islandia, donde la decisión de no restringir el
gasto social ha permitido mantener los estándares de salud pública sin graves
daños.
Stuckler y Basu no se andan por las ramas y, partiendo del
análisis comparado de las políticas públicas descritas, acusan sin componendas
a las reformas estructurales y a las restricciones presupuestarias practicadas
actualmente en tantos y tantos países de provocar graves problemas de salud
(medibles de manera estadísticamente significativa en la incidencia de
depresiones y otras muchas enfermedades) y, directamente, de matar, por sus
efectos en la reducción de la esperanza de vida.
De las continuas disputas entre los partidarios y los detractores
de la austeridad el perplejo ciudadano de a pie sólo extrae confusión. El
libro de Stuckler y Basu, aunque se decanta por los segundos, nos recuerda, de
la manera más categórica, que la austeridad, por sí misma, no tiene por qué provocar
efectos significativos en la salud de los ciudadanos siempre y cuando su
calidad de vida sea prioritaria para los políticos. Sólo por este recordatorio
merece la pena leer este libro.
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