Durante el bachillerato, la mayoría de estudiantes en España
acaba cogiéndole tirria a la filosofía. Las prisas y la necesidad de ver en unos
pocos meses a todos los autores que van a salir en la selectividad hacen que el
acercamiento sea memorístico, esquemático y descontextualizado.
La teoría de
las ideas de Platón, el racionalismo de Descartes, la ontología kantiana, la
reinvención de la moral en Nietzsche o la metafísica del Tractatus de
Wittgenstein son asimilados por los chavales de forma mecánica e indiscutida
tras la lectura repetida de unos apuntes cargados de frases telegráficas,
diagramas y flechas.
Los folios que releen hasta la saciedad los estudiantes en
las atestadas bibliotecas de septiembre me recuerdan esos pizarrines con
esquemas de juego que despliegan los entrenadores de baloncesto en los tiempos
muertos.
En campos como los de la filosofía o la literatura, tan
dúctiles y llenos de matices, y tan abiertos a nuevas interpretaciones (¿quién
puede decir la última palabra o reducir a cuatro ideas La Ética Nicomaquea o El
crepúsculo de los ídolos?), los chicos y los docentes economizan esfuerzos y
abordan los textos amparándose en certidumbres y fórmulas más propias de la física o la
ingeniería de caminos.
Estudiar filosofía así, a base de esquemas reductores y
largas listas de epígrafes con “lo más importante” de cada autor que luego son repetidas en el examen, da lugar a un
conocimiento muy parcial y fragmentado, cuando no a una confusión monumental. Esta forma de proceder, síntoma de males mayores que afligen a la educación en España, hace que la mayoría acabe detestando los libros de pensamiento, quizá porque nunca los entendieron y disfrutaron.
Precisamente, Las consolaciones de la filosofía, de Alain de
Botton (un libro que tiene ya unos años y que Taurus vuelve ahora a editar), podría devolver el gusto por los asuntos de la filosofía a aquellos que
quedaron irremediablemente confundidos y decepcionados en el bachillerato y que se prometieron
que nunca más iban a saber de Tomás de Aquino, Locke o Wittgenstein. El libro
de De Botton, un escritor estrella especializado en detectar los males del alma contemporánea, sintetiza ideas complejas y hace un acercamiento ameno y perspicaz a media docena de autores
que, como se nos dice en la misma solapa del libro, nos pueden ayudar “a vivir
mejor”. Estamos pues ante un manual de autoayuda, aunque, eso sí, escrito con gracia, talento y bagaje intelectual.
De Botton se acerca a textos, ideas y episodios biográficos
de Sócrates, Epicuro, Séneca, Nietzsche, Montaigne, Schopenhauer, pero sin
ánimo de hacer un repaso exhaustivo, y sí con la voluntad de interrogarles
desde el presente y extraer lecciones de sus obras que nos ayuden a
enfrentarnos a problemas que fueron formulados hace siglos, sí, pero que, por
más que nos pese, siguen siendo contemporáneos.
El volumen está estructurado en seis capítulos y en cada uno
de ellos De Botton llama la atención sobre una virtud. Así, Sócrates, condenado
a muerte por no reconocer a los dioses atenienses y corromper a la juventud, es
ejemplo de aquel que vive hasta las últimas consecuencias conforme a sus
convicciones y dedica sus esfuerzos a la búsqueda de la verdad, independientemente
de la opinión de la mayoría. [De Sócrates me acordé hace poco viendo la
película sobre Hannah Arendt, por el coraje intelectual que muestra la pensadora de origen judío cuando
aborda el juicio en Jerusalén al dirigente nazi Adolf Eichmann a principios de
los sesenta].
A Epicuro recurre De Bottom para recordarnos que la felicidad
no es cuestión de dinero, sino de un profundo ejercicio de autoconocimiento. De
Séneca recupera el triste episodio de su suicidio, motivado por su supuesta
participación en un complot para derrocar al emperador Nerón, protegido suyo en
otra época. El pensador romano concibe la filosofía como una vía para superar
las frustraciones y reconciliarse con el mundo a pesar de las adversidades.
Las reflexiones de Michel de Montaigne, un autor que curiosamente
no entra en los planes de estudio de secundaria, son un buen ejemplo de la
lucha contra la ineptitud del prejuicioso y del que ensalza la razón por encima
de todas las cosas. Y es que Montaigne, siglos antes de que el Holocausto dejara
un mar de dudas sobre el proyecto ilustrado, ya puso en entredicho la gran ilusión
moderna de que la racionalidad y la educación, por el solo hecho de hacernos
más cultos, nos hará más felices o sensatos.
De Schopenhauer y sus devaneos sentimentales deberíamos
aprender que el rechazo amoroso no debe suponer un trauma, pues la negativa de
la otra persona está más fundamentada en una corriente inconsciente emanada de
la voluntad de vivir y asegurar la reproducción, y no tanto en el hecho de que nuestro
carácter o aspecto sea un repelente. Las uniones fracasan, según el autor de
El mundo como voluntad y representación,
porque no son aptas para engendrar al hijo ideal. Un consejo útil para los que
sufren con las aventuras amorosas. El rechazo sentimental, que consideramos
único e intransferible, es parte de un proceso universal tendente a perpetuar
la especie.
Por último, en las estancias de Nietzsche en el pueblo
alpino de Sils-Maria, a casi 2.000 metros de altura y donde el filósofo se daba
auténticas palizas subiendo cumbres imposibles, De Bottom localiza el germen de
esa idea, también formulada en Montaigne, de que el arte de vivir radica en
sacar provecho de las adversidades, y que la sabiduría se alcanza cuando
respondemos a las mimas. Adiós, por tanto, a los espíritus remilgados (y
beodos).
en el tercer capitulo de que filosofo parte de Botton y que es lo que este filosofo crea
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