En Aromas, el escritor
francés Philipe Claudel rememora capítulos de su vida recurriendo a imágenes,
pero también a los olores que algún día le fueron familiares: del campo
borgoñés de su infancia, de los primeros cigarrillos que fumó, de las sábanas
limpias, de la droguería del pueblo, del colegio, de las chicas que le
fascinaron...
Siguiendo el ejemplo de
Claudel, en este post buceo un poco en mi memoria a través de olores que creía
irrecuperables, pero que siguen ahí:
Biblioteca
Durante años, los anchos
muros de piedra y barro revestidos cal de la biblioteca de La Orotava marcaron
los límites de mi mundo, del físico y del imaginario. No fui un ávido lector de
novelas de aventuras o, más tarde, de los libros que se supone deben interesar
a un adolescente. Pero sí fui un estudiante aplicado y esforzado, y a aquella
biblioteca acudía muchas tardes en mis años de EGB y del bachillerato a hacer
en silencio los deberes. Me gustaba estudiar en ese patio canario, tan luminoso
y amplio, que hoy muchos turistas confunden con un museo y pasan a contemplar
con aire despreocupado. Me gustaba estar allí, rodeado de estudiantes de todas
las edades que se pasaban el tiempo cuchicheando y de bibliotecarios cuya única
función era recortar y clasificar papales y periódicos, y abroncar a los
pequeños cuando el bullicio se hacía intolerable.
La biblioteca olía (y
todavía huele) a humedad, papel viejo y madera barnizada, y a tinta de
periódico. Aunque los estudiantes que hoy siguen abarrotándola van cargados con
ordenadores, tabletas y teléfonos inteligentes, ese aroma a celulosa acartonada
y macerada por las brumas de los alisios sigue presente en todas sus estancias
y mantiene las frías salas ajenas al devenir de unos tiempos metálicos e
inodoros.
Durante muchos años, no
hubo quien encontrara un libro en la biblioteca de La Orotava. Ni los volúmenes
estaban en orden, ni las viejas fichas que debían dar fe de ellos estaban al
día. Por supuesto, la informática no había aterrizado como método de
clasificación. Aquel desbarajuste era consentido por el bibliotecario, un
hombre con fama de crápula y bohemio, y siempre atacado por algún mal de
amores. Aquel bibliotecario, hombre de buena familia venida a menos, siempre
vio aquel sitio, donde tan a gusto yo me encontraba, como un destierro
burocrático por el que no valía la pena mover un dedo.
El Reflex
Durante años soñamos con
convertirnos en una estrella del Barça o el Madrid, o en aquellos jugadores de
los cromos de Panini que tanto mercadeo generaban en el patio del colegio. Los
que no vivíamos en una capital y no tuvimos la suerte de tener un padre o un
tío aficionado que nos llevara al estadio, no nos quedaba más remedio que
buscar héroes entre los jugadores del pueblo, aquellos rudos futbolistas de
tercera división que teníamos a la vista cada domingo, en el campeonato
regional. Tan barbudos y melenudos (era la moda) como los de la televisión,
reconcentrados mientras estiraban en la banda, a un palmo de nuestras narices,
desafiantes, con la mirada perdida en la línea de gol o en empeine de la
bota.
Aquellos héroes de tercera
iban perfumados de Reflex, un antiinflamatorio al que recurrían a la mínima los
viejos masajistas y utilleros del campo de fútbol municipal. En un intento de
llevar la épica del dolor a nuestros juegos infantiles, y emular las luchas que
veíamos en los campos de césped, también nosotros nos llevábamos el Reflex a
los improvisados partidos que disputábamos en el descampado contra chicos de
otros barrios. También nosotros, mequetrefes soñadores, nos hicimos con un
botiquín, precario, pero debidamente provisto de un par de botes de aquel spray
milagroso, mezcla de mentol, esencia de trementina y alcanfor, y con el que los
grandes aliviaban el escozor de los golpes. En nuestro caso, las dosis de
aerosol para los lesionados debían ser mínimas, pues se trataba de un producto
caro y no recomendado para los niños. Había que "condutarlo", al decir extraño de mi padre. Como
debíamos "condutar" la Coca-Cola que nos pedían en el
bar o las papas fritas que nos compraban en los días de feria. Aquel Reflex nos
ponía a la altura de nuestros héroes, por lo menos a la hora de lidiar con el
dolor.
El cloro
Al cabo de los años lo vi
materializado en las tabletas blancas que, como si de una medicina se tratara,
los conserjes de las urbanizaciones y los propietarios de chalets suministran
periódicamente a sus piscinas. Sin embargo, durante mucho tiempo, el cloro fue
un nombre en la tabla periódica y un químico ubicuo, pero esquivo e inasible.
El cloro arruinó el agua corriente que antes bebíamos despreocupadamente. Su
pastosa presencia nos advertía de que la enfermedad podía llegar por el grifo y
nos obligó en casa a tener que comprar a diario botellas de agua mineral. Esas
botellas de líquido virgen de manantial que eran una promesa de frescura y vida
sana, el reverso de la química y el laboratorio cuya metáfora diaria era el cloro onmipresente
en el agua corriente.
El cloro me embriagaba
nada más llegar a la piscina del colegio salesiano de La Orotava, el único
sitio del pueblo donde uno podía a nadar. Mi madre me llevó allí, a tomar clases,
durante un par de veranos. Hoy asocio con el miedo la pestilencia que le daba a
uno la bienvenida no más atravesaba la puerta de aquella piscina, una mezcla de
cloro, sudor y champú infantil, potenciada por el calor asfixiante que creaba
la techumbre de uralita del recinto en los meses de julio y agosto. También revive
el cloro el pavor que me daban las profundidades imprecisas de la piscina, y el
cansancio en los brazos y la desesperación de los primeros largos, travesías
oceánicas que mi madre seguía con atención y cierto desespero desde la grada.
[Aromas, de Philippe
Claudel, está publicado en España por la editorial Salamandra]
Artículos y reflexiones muy interesantes, muy certeros en algunos casos como en el del réflex o el cloro de la piscina que me han llenado de nostalgia (por mi parte el réflex lo olí en los vestuarios durante años, porque en mi juventud ya prácticamente no íbamos a ver "al Orotava": ya empezábamos a tener fútbol en la tele).
ResponderEliminarNo obstante, me animo a comentar debido al artículo sobre la Biblioteca el cual no me parece apropiado que valore por estar demasiado implicado, sería imposible ser objetivo.
Solo dejaré una pequeña reflexión, o más bién un deseo: esperemos haber mejorado esa Biblioteca...
El bibliotecario actual de la Biblioteca de La Orotava.
Efectivamente, la biblioteca está hoy mucho mejor gestionada que antaño. Estáis haciendo un buen trabajo. Yo sigo siendo usuario siempre que paso por Tenerife, y no puedo ponerle ninguna pega. Un saludo
EliminarEn mi nombre y en el del equipo de trabajo, muchas gracias por estas palabras, un saludo. El bibliotecario.
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