A propósito de la lectura de 'Con los perdedores del mejor de los mundos', de Gunter Wallraff
Mariano Oliveros
Gay Talese acostumbra a decir que el periodista actual, abducido por su portátil o su tableta, está metido en una capsula desde la que no puede conocer la realidad. Aunque una parte no menor del problema resida en el hecho de que muchos profesionales “gozan” de ingresos tan virtuales como los mundos que frecuentan, es evidente que el periodismo, sumido en la vorágine de la sociedad digital, que le demanda noticias a la misma velocidad con la que las olvida, corre el riesgo de acabar renegando definitivamente de su esencia, sucia de sangre, polvo y sudor.
Yo no soy periodista, me resulta, por tanto, muy fácil criticar, pero creo que muchos coincidirán conmigo en que en estos tiempos de zozobra el modelo del reportero clásico, comprometido con su tiempo y conocedor de primera mano de la calle, como Talese, como Rodolfo Walsh, como Gunter Wallraff es absolutamente imprescindible. Wallraff, autor del provocador Cabeza de turco, aprendió muy joven que “sin pisar la calle no te enteras de nada” y no ha olvidado aún esa máxima aunque lleve ya cuarenta años enfangándose en la realidad de su país, Alemania.
En su último alarde de atrevimiento y desfachatez, caracterizado como humilde entre los humildes (mendigo, negro, teleoperador, empleado de panificadora, camarero) o transfigurado en forma de abogado sin escrúpulos o de directivo agresivo, este “periodista indeseable” se ha dedicado a penetrar en los sótanos infectos de las empresas y la sociedad alemanas para poner al descubierto las vergüenzas (o desvergüenzas) del envidiado primerísimo mundo centroeuropeo. El resultado, Con los perdedores del mejor de los mundos, es un alegato contra el neoliberalismo que pretende acabar con el estado social en Europa.
Oculto bajo sus distintos disfraces, Wallraff experimenta el racismo de la biempensante sociedad germana, es sometido a horarios imposibles por sueldos ínfimos, humillado en los albergues de vagabundos, obligado a mentir a los clientes en un call center, sujeto a técnicas de control mental en una famosa cadena de restauración… El libro recoge, asimismo, las experiencias de sufrimiento, mobbing, alienación y falta de expectativas que aquejan a muchos trabajadores alemanes. Wallraff es muy crítico con el modelo económico imperante, al que acusa de generar desigualdad social crónica, y especialmente beligerante contra la asistencia que proporciona a los más desfavorecidos el sistema del Hartz IV (el equivalente a los “400 euros” español) porque, en su opinión, no es “sino un medio coercitivo para joder a la gente, para expulsarla de la sociedad”.
El valor del testimonio de Günter Wallraff reside en la constatación en carne propia de un hecho bastante conocido aunque relativamente poco citado: si Alemania es hoy por hoy la referencia económica de Europa, en buena parte se lo debe al sacrificio de un porcentaje muy significativo de su población, que ha perdido derechos a marchas forzadas y vive en la precariedad y el abandono institucional. El caso alemán no es la excepción en la Europa más próspera. Como documenta Florence Aubenas, otra periodista de raza, en El muelle de Ouistreham, libro ya comentado en este blog, amplios sectores de la población francesa, viven también en la precariedad y el subempleo.
Si la experiencia de Wallraf evidencia que los excluidos de la boyante Centroeuropa son ya legión, ¿qué no habría deparado a Wallraff el contacto con la calle en Portugal, Grecia o España, donde la cuarta parte de la población carece de empleo, encontrar un trabajo no garantiza salir de pobreza (como afirmó hace poco el Comisario europeo de Empleo) y cada vez más gente rebusca en la basura? La desigualdad campea triunfante en Europa, que parece haber olvidado totalmente el pacto de Postguerra (¡si Tony Judt levantara la cabeza!).
El diagnóstico es muy claro para Wallraff: “De la mano de la nueva desprotección llega la desvergüenza con la que se enriquecen los altos directivos y determinada especie de ex cargos políticos, una clase a la que sólo le interesa su propio bienestar, la mejor colocación posible, los ingresos de capital y dinero y los privilegios fiscales”.
Con los perdedores del mejor de los mundos es un libro valiente y necesario. En la siguiente ocasión, y aprovechando su ya respetable edad, Wallraf nos promete emociones fuertes en sus visitas a las residencias de ancianos alemanas. No pienso perdérmelo.
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