Rufino Contreras
Escoger a Arturo Pérez Reverte de lectura veraniega es una baza hasta cierto punto fácil, pero también conflictiva. Buscamos una novela de aventuras y evasión, y al mismo tiempo un producto que nos remueva la conciencia, que tan encallada tenemos, y que nos aporte cultura, emociones y un punto de vista diferente. Eso lo tienes asegurado con Reverte, un best seller que al menos se acerca a una interpretación de las cosas que nos satisface como punto de partida.
Pero también te metes en el mundo
tumultuoso de un Don Quijote narcisista, que te remueve como una ola gigantesca
y te lleva acá y acullà, como un pelele, y te deja a su merced, rendido, ante
un autor que se acrecienta poniendo unas reglas de juego, que tienes que
aceptar, y someterte a ellas. Si no aceptas el envite, es mejor que no te
embarques en sus aventuras. Es lo que tiene este cartagenero. Si te dejas
llevar, sin condiciones, te apasionará. Pero si osas a contravenir sus normas,
se desmonta su encanto y su prevalencia.
El tango de la vieja guardia es un
producto de bella factura. Es de lo mejor que ha creado este novelista, con un
lenguaje maduro, un estilo cinematográfico y una capacidad de recreación de la
belle epoque admirable. Pero te deja cierto amargor, como los cócteles que tan
bien describe en la narración.
Para un apasionado de los tangos, de las
historias de espías, de los amores románticos, de la intriga y la acción… esta
obra cumple todos los requisitos para triunfar. Son tres partes bien
diferenciadas, con Buenos Aires, Niza y Nápoles como escenarios básicos. Un
amor imposible de dos personajes que nunca encontrarán un camino común. Aromas
del Gran Gastby, Jardiel Poncela, Titanic, Desayuno con diamantes, Casablanca o
de un Clint Eastwood otoñal…
Todo ello lo conjuga Reverte con maestría.
Pero su obsesión omnisciente, su necesidad de crear una obra inmortal que le
aleje de su catalogación de autor comercial, termina traicionándole. Pérez
Reverte lleva tiempo buscando la novela que le consagre en el olimpo que ya
alcanzaron Vargas Llosa o Ana María Matute. En mi modesta opinión (perdón por
el atrevimiento), sólo volviendo a las fuentes de El Húsar podría alcanzar su
propósito. Para mí, es su obra insuperable.