A propósito de "Como la sombra que se va",
de Antonio Muñoz Molina
Quizá buscando nuevos caminos, o quizá
seducido por la modernidad de los cocineros de prestigio o de novelistas como
Javier Cercas (¿quién sabe?), Muñoz Molina se aplica al ejercicio de construir
y deconstruir la novela en su último libro. La peripecia del asesino de Martin
Luther King en Lisboa, donde recala huyendo de la policía y del FBI, se
entremezcla con el recuerdo del autor de las circunstancias que rodearon la
escritura de El invierno en Lisboa, la historia de músicos de jazz y amores
imposibles que le cambió la vida y le abrió tantas puertas en el mundo
editorial a mediados de los ochenta, cuando era funcionario municipal en
Granada.
A mí me interesa mucho más el segundo
relato que el primero, en el que se ha fijado toda la mercadotecnia de esta novela.
Y es que no me transmite Muñoz Molina la fascinación que siente por James Earl
Ray, el enigmático racista sureño que acabó con la vida del activista más
famoso de la historia de Estados Unidos un día de abril de 1968 en el Hotel
Lorraine de Memphis, y que le llevó a leer durante años libros de
especialistas, a rebuscar en archivos y periódicos de la época y a visitar finalmente
la ciudad de Tennessee, donde se produce el
emblemático asesinato, en busca de inspiración. El relato que hace Muñoz Molina
de Earl Ray es exhaustivo, pero también acartonado y mecánico. Tanta repetición de datos
(me pregunto qué habrá pensado el editor sobre el asunto), acaba por
convertirlo en soporífero, y uno tiene en muchos momentos la tentación de pasar
página en busca de un cambio de registro.
En mi caso, encuentro mucho más cercana,
atractiva y conmovedora la historia de ese funcionario de bajo rango en el
Ayuntamiento de Granada, padre primerizo y confundido, que todavía no ha
asumido las exigencias y renuncias de la paternidad, y que al mismo tiempo sigue
alimentando, casi de forma furtiva, ambiciones literarias y se sigue dejando
seducir por la vida crápula del soltero, los delirios de la farándula
provinciana y alcohólica y el cine clásico en blanco y negro.
Al echar la vista casi 30 años atrás,
Muñoz Molina escribe las mejores páginas de este libro, que, como acertadamente
sugiere el título, va de la fugacidad del tiempo y de la vida, de lo que fuimos
y de lo que seguimos siendo, y de lo que ya no somos. "¿Qué podemos amar que no sea una sombra?",
dijo Hölderlin. Ahí el protagonista es el joven escritor
que termina, en los ratos de paz en que duerme su hijo recién nacido o en horas
que le gana al sueño, una novela repleta de cinefilia, clichés y venerada
bohemia. “Soy y no soy el hombre que viajó a Lisboa”, dice el autor a toro
pasado, en pasajes que suenan a ajuste de cuentas consigo mismo. Antonio Muñoz Molina,
el hijo de labriegos excepcionalmente dotado para la narración, vuelve a
convertirse en uno de los mejores personajes del autor, algo que claramente
vimos en Ardor guerrero, y también en El viento de la luna o El
jinete polaco.
Muñoz Molina también nos da una clase
magistral de escritura. Como la sombra
que se va es una invitación al taller del escritor. En otro guiño moderno,
Muñoz Molina nos cuenta la teoría literaria y el origen de personajes y
situaciones de El invierno en Lisboa,
la novelita con el que el joven padre de provincias se convierte de la noche a
la mañana en un autor de éxito: vendiendo decenas de miles de ejemplares,
ganando el Premio Nacional de Literatura y el de la Crítica y un poco más tarde
siendo llevado al cine.
En la parte final del libro, es el
propio Luther King el que cobra protagonismo, y ahí el relato vuelve a coger
cierto vuelo. Me interesa ese personaje de resonancias míticas (ésta vez sí),
pero contradictorio. El Luther King que Muñoz Molina nos presenta es el gran
líder de los derechos civiles en Estados Unidos, el hombre que pone en pie de
guerra un país devastado por siglos de segregación y desigualdad. Pero también
es un personaje con dobleces, que en su juventud estuvo a punto de renunciar a
todo para convertirse en un acomodado profesor de universidad en la costa este
y que en su momento de máximo esplendor mediático, cuando muchos ya lo
veneraban, se entrega a los placeres terrenales, alimenta un romance con una
colaboradora y difícilmente puede ocultar el hastío que le producen la política
y la trepidante agenda pública,
Lisboa es el punto en el que convergen
todas las historias de esta novela: la del asesino de Luther King en los
remotos años sesenta; la del joven escritor de provincias que deja a su hijo
recién nacido en Granada y acude allí unos días, a mediados de los ochenta, en
busca de inspiración para una novela sobre músicos autodestructivos y
relaciones abocadas al fracaso; y la del escritor consagrado y felizmente
casado que vuelve a la ciudad de calles estrechas y fachadas cariadas por el
salitre para revivir la peripecia de James Earl Ray y, de paso, encontrarse con
el hijo que también ha recalado allí en la primera etapa de su independencia. Creo
que este artificio lastra hasta cierto punto la novela, que queda demasiado
encorsetada, pero también permite al autor crear una fábula sobre la fugacidad
del instante, la importancia de lo fortuito y sobre ese siempre delicado
momento que es llevar la vida, tal cual fluye, al papel.
Buen comentario Juan. Como diría Silvio Rodríguez, Muñoz Molina se está haciendo viejo queriendo ir lejos con su corta visión. Atrapado en la fugacidad del instante, nuestro meticuloso relojero del tiempo, malgasta su inmenso talento literario en esta obra por pura falta de ambición. Las andanzas de Earl Ray carecen completamente de interés, por mucho que Muñoz Molina comprometa buena parte de su apabullante oficio en convencernos de lo contrario. Nuestro amado novelista está dotado con la capacidad técnica de los grandes genios de la literatura ¿logrará alguna vez convencerse de ello y regalarnos con una novela de verdad maestra?
ResponderEliminarYo no diría tanto, pero en lo sustancial, estoy de acuerdo contigo. Un saludo.
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