'Así empieza lo malo' o cómo perder el miedo escénico a Javier Marías
Enfrentarme a una
novela de Javier Marías siempre me había producido un considerable miedo
escénico. Aunque algunos fieles me aseguran que es un dechado de ironía y simpatía
en sus conferencias, el personaje destila un considerable aire de soberbia que
me hace tiritar ante sus libros —bien atemperada, eso sí, por esa inteligencia
que nadie duda que posee a espuertas—.
Si además la
osadía lectora coincide con que has escuchado alguna declaración, marca de la
casa, en las que proclama que “vivimos en una
época tonta, especialmente estúpida” y que gran parte de la gente muestra “una
enorme pereza mental”, acometer la lectura de una obra suya me recordaba al
temor que deben sentir los jugadores del Elche —o cualquier otro equipo de
fútbol cuyo presupuesto completo no alcanza lo que se trajina Cristiano en la
celebración de su cumpleaños— cuando pisan, por primera vez, el césped del
Bernabéu.
Acaricias la portada, te atreves a voltearla y
arrancas a leer impresionada todavía por el autor que fue capaz de decirle “no”
al Nacional de las Letras. Manejé como pude este temor escénico en Mañana en la batalla piensa en mí
—quizás fuera que Shakespeare ejerció de talismán— y empecé a tirar a puerta en
Corazón tan blanco, en el que el
color inmaculado ayudó, sin duda, a desentumecer mi escasa inteligencia.
En la siguiente ocasión, perder
su libro de relatos en una estación del metro de Madrid y no acudir corriendo a
repararlo en la Fnac de turno, me empezó a dar alas para empezar a tratarle de
tú a tú. Con Los enamoramientos
comprobé, sin más, que el público del Bernabéu, siempre exigente, empezaba a
emitir los primeros silbidos reprobatorios y yo, mientras, empezaba a practicar
un cierto “tiki-taka”. Con Así empieza lo malo, literalmente, le he metido un gol por toda la escuadra. Con
desparpajo, sin contemplaciones, elevando la pelota. Aunque haya sido
proclamado como el “mejor libro del año” —o campeón de Liga para seguir con el
símil—-.
Este último partido versa sobre
el encargo que un director de cine, Enrique Muriel,
le hace a un joven, de apellido De Vere, para que indague sobre el
comportamiento, al parecer indecente, de un amigo suyo. Una trama aderezada,
tema recurrente de Marías, con el relato de la relación, tortuosa y que también
parece esconder algún secreto, que el tal Muriel mantiene con su esposa
Beatriz. Hasta ahí la sinopsis.
Y a continuación, la puesta en escena, que se
convierte desde el primer momento en una sucesión de lo que denomino “marierismos”, es
decir, páginas, páginas y más páginas satinadas de esa prosa, perfecta en su
puntuación, pero que deambula, gira, da vueltas y desemboca en algo parecido a
un acontecimiento. O a un pensamiento. O a un diálogo. Si en otras novelas bajo
esta técnica prodigiosa late una historia, más o menos original, o conoces a un
personaje que te atrapa hasta el final, en “Así empieza lo malo” la contorsión
literaria de Marías conduce, inexorablemente, al aburrimiento. Un ejemplo: dedica
10 páginas —página arriba, página abajo— para relatar un encuentro, de apenas
10 minutos, entre el matrimonio protagonista, del que es testigo De Vere.
El aburrimiento es, sin género de
dudas, el peor sentimiento que puede generar un escritor en el lector. Y este
libro destila tedio. Al menos, hasta la página 142, que fue el momento en el
que se produjo mi golazo. Decidí decir basta y no seguí jugando ni, por tanto,
leyendo. 142 páginas en las que no sucede apenas nada; o, más bien, nada que me
interese. 142 páginas que me bastaron para perder el miedo escénico y empezar a
proclamar, sin que te tachen de inculta o de lectora compulsiva de bestsellers, que el genio de Marías me
llevó al aburrimiento. Así no se puede seguir jugando. Ha sido, quizás, un
tropezón en su camino hacia el Nobel. Aunque, luego, también le diga que no.
El inteligente Marías ha sabido hacer de sí mismo un personaje "fascinante", mezcla de egolatría, pedantería y sentido comercial. Por otra parte, sus novelas son, casi sin excepción, más falsas que una moneda de tres euros, a la par que tediosas y mal escritas. Estoy convencido de que la suma de sus cualidades mediáticas y literarias hará algún día merecedor del premio Nobel a nuestro insigne escritor.
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