¿Se ha equivocado Houellebecq
escribiendo Sumisión? A juzgar por el éxito de ventas en Francia y otros países europeos, no. Si
pensamos en la atención que ha recibido públicamente tampoco. Desde un punto de
vista personal, quizás Houellebecq si piense que podría haberse evitado el
tener que ir acompañado con dos o tres guardaespaldas el resto de su vida.
Personalmente me siento agradecido de que
existan tipos como él, que van al meollo de las cosas. Que escriben novelas, si
no totales al menos con una vocación de no rehuir las grandes preguntas. Porque
se equivoca el que piense que el tema central de la novela es el impacto del
Islam en la sociedad europea futura.
Sumisión trata primordialmente, como el resto de su
novelística, de los problemas que encuentra para encontrarle sentido a la vida
el hombre posmoderno que, desgajado de las grandes instituciones tradicionales
como la religión y la familia, solo encuentra razones para sentirse vivo a
través del éxito laboral, el consumo conspicuo de productos de calidad y los
placeres efímeros pero adictivos como los que proporciona la gastronomía y el
sexo. De hecho, los únicos momentos de cierta felicidad del protagonista son
aquellos en los que paladea buenos vinos, los marida con la comida adecuada o
se deja llevar por una sensualidad teñida de rasgos pornográficos.
Como lector, no puedo experimentar sino
una cierta perplejidad por el hecho de que la gente que escribe oinforma sobre literatura asocie
la manera de pensar del escritor con la de los personajes que aparecen en el
relato, y muy concretamente el principal, François. Resulta de una banalidad y
superficialidad apabullante.
Si se me apura, la hipótesis de que las
sociedades europeas acaben regidas por regímenes semi-islámicos, que es la que
plantea la novela, que no va más allá de sugerir cómo se adaptaría un partido
musulmán a gobernar una sociedad laica y europea como la francesa, no es sino
una forma de plantear una enmienda a la totalidad, la sociedad occidental del
presente.
No en vano, el imaginario gobierno de
Mohammed Ben Bella es descrito como un gobierno capaz de conjugar tradición y
modernidad gracias a un hábil manejo de esos rasgos de seducción que en la
teoría política moderna han sido denominados como de poder suave. Desde luego,
uno tiene la impresion de que es un gobierno en cierto sentido más moderno,
elegante e incluso innovador que los actuales, empezando por el de Hollande, al
que critica en su libro.
Porque lo que Houellebecq plantea no es
muy distinto a lo que, de alguna manera, ya Joseph Ratzinger planteó a Jürgen Habermas
en su célebre diálogo en la Academia Católica de Baviera a finales de los 90.
Que, en un contexto global, los ciudadanos de los países occidentales son la
real excepción en términos cualitativos y cuantitativos. Que a la mayoría de la
gente y los gobiernos en el mundo le importan otras cosas por encima de la
buena marcha de la economía y el incremento del poder de compra individual,
otro tipo de ideales por los que están dispuestos a sacrificar su bienestar
material y, en ocasiones, hasta su vida. Ideales que no quedan solo
circunscritos a la religión, sino a las tradiciones, la nación, una concepción
de las relaciones humanas o las ideologías.
Houellebecq nos viene a decir que el
mantenimiento de los modernos estados nación europeos, principalmente alrededor
de valores constitucionales o una cierta idea de eficiencia económica, tiene
consecuencias. Desde luego no hace una apología de lo que hay ni de lo que
podría haber habido. Acaso manifiesta una resignación tranquila.
Por razones culturales y demográficas, la
cultura musulmana queda más cerca de Europa y podría acelerar los cambios. Pero
si no fuera la cultura musulmana, lo cual también cabe dentro de lo posible,
Houellebecq sugiere que podrían darse otro tipo de cambios que lleven a la
disolución del occidente europeo tal y como ha sido conocido.
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