'El ejército de Dios', de Sebastián Roa
La novela histórica ha vuelto a florecer en el último decenio, aunque su
recorrido viene de lejos y en España cuenta con prebostes como Benito Pérez
Galdós, que relató una parte de la Historia moderna del país en sus Episodios
nacionales. En la actualidad, nombres como el de Santiago Posteguillo son
citados para demostrar que las letras hispanas siguen pariendo escritores
especializados en este género. La novela El ejército de Dios (Ediciones B,2015), de Sebastián Roa, podría integrarse dentro de este movimiento, si no
fuese porque abusa de la ficción. Hace unos meses, Roa reconoció
que en sus novelas no duda en primar la creación literaria frente al hecho
histórico, incluso retocando estos últimos.
Es una postura respetable, si se es
honesto reconociendo cuáles han sido las licencias que se han tomado, como hace
Roa al final de su extenso libro. Comprendemos la necesidad de la inventiva
literaria, pero nuestra opinión es que el desarrollo de este tipo de obras debe
ceñirse escrupulosamente a los hechos históricos. Quizá el matiz se encuentre
en el marketing editorial, que cataloga como histórica determinadas novelas que
no alcanzan esta consideración.
El escritor aragonés se sumerge en un momento capital y poco conocido
por los españoles y europeos: la Reconquista. En el siglo XII, la Península
ibérica se encontraba dividida en dos mitades. Desde Toledo hacia el norte, los
reinos cristianos se repartían diferentes dominios, guerreando entre ellos por
distintas cuitas. De la ciudad imperial hacia el sur, el Imperio almohade era
el gran dominador, imponiendo una fe islámica férrea y fanática.
La Reconquista
es un periodo largo, de cerca de 800 años, que se inicia alrededor del año 750,
cuando los visigodos que se alojaron tras la cornisa cantábrica empiezan a
recuperar las tierras que los musulmanes les habían arrebatado decenios antes.
Y el proceso finaliza en 1492, en el momento en que los Reyes Católicos
desalojan a rey nazarí Boabdil de Granada. Sebastián Roa decide centrarse en un
episodio clave: los años previos a la batalla de Alarcos (1195), perdida por el
rey Alfonso VIII de Castilla.
La novela de Roa tiene mucho de ficción y la Historia pasa a un segundo
plano. Debemos reconocer el trabajo de Roa, que se ha documentado de forma
exhaustiva y hace una recreación exquisita del momento histórico y del
contexto. Uno de los puntos positivos de la novela es que relata con precisión
la forma de vida medieval en la Península. Sin embargo, la trama discurre
lentamente hasta que, pasada la mitad del libro, empieza a descabalgarse y
llega a la funesta batalla de Alarcos.
En un libro de 800 páginas, la demora en
estimular el ansia del lector por seguir avanzando puede ser imperdonable. Por
otro lado, que la ficción predomine frente a los hechos históricos tiene
algunos peligros, como la creación de personajes que acaban siendo
estereotipos. Por ejemplo, Urraca López de Haro, la típica femme fatale que es
capaz de todo por conseguir sus fines, o Pedro de Castro, el caballero-político
enajenado, que acabará siendo uno de los más lúcidos de toda la novela. El
problema y la polémica se plantean con el uso de personajes históricos, con
vidas delimitadas y esclarecidas por la historiografía, para crear una imagen
desligada de sus vicisitudes reales.
La novela histórica, aunque incorpore ficción, es un medio de
comunicación y de enseñanza para quien la lee. Muy pocos lectores se pararán a
comprobar hechos o datos y darán por verídico lo que encuentren en la obra. Por
eso, no es raro que muchos se lleven la impresión de que Urraca López de Haro
fue la mayor prostituta del reino de León en el siglo XII. Pero, desde el punto
de vista histórico, ¿quién puede aseverar eso? Sebastián Roa es honesto, ya que
al final de la novela incluye una nota aclaratoria sobre cuáles han sido las
invenciones que ha incorporado a la misma. Sin embargo, el daño ya está hecho
y, tras leer la novela y crear una opinión sobre cada uno de los personajes, es
difícil desligarse de ese prejuicio.
Con todo, el libro de Roa plantea temas interesantes. Por ejemplo, el
paralelismo que se puede establecer entre la radicalidad almohade y la actual
amenaza del terrorismo de corte islámico para las sociedades occidentales.
Desde luego, los momentos y el contexto histórico son diferentes, pero el fondo
del asunto sigue siendo el mismo: la incapacidad del pensamiento islamista más
radicalizado para aceptar que puedan existir sociedades y personas que piensen
de manera diferente. Y la religión como excusa bastarda de los asesinatos en
masa. Otra cuestión importante, y que se ha tratado poco fuera de los círculos
académicos, es la vida y riqueza de Al-Andalus, que se intuye en el transcurso
de la novela y que Roa insinúa muy bien. Buena muestra de esa cultura islámica
racional que imperó en el sur de España se encuentra en los manuscritos de la
época y en la arquitectura que preña la geografía del país mediterráneo.
En definitiva, El ejército de Dios es un libro entretenido, con respeto
en general por la Historia, pero que peca en variadas, y quizá excesivas,
ocasiones de tomarse licencias inadecuadas. No obstante, detrás se adivina la mano de
un escritor que todavía tiene mucho potencial y que puede generar obras todavía
más interesantes y con un desarrollo más trepidante. Incluso con una extensión
por debajo de las 800 páginas.
Originalmente, este post apareció en el portal de viajes Revista 80 días, que dirige David Fernández.
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