A propósito de la lectura 'El fin del poder',
de Moisés Naím
Cuesta mucho entender ciertas cosas que pasan, y que son
titulares de periódico un día sí y otro también. ¿Cómo es posible que llevemos
un lustro largo de crisis económica grave en Europa y todavía sigamos
enfangados en ella? ¿Cómo es que nadie resuelve el problema migratorio en el
norte de África, que cada año deja cientos (quizá miles) de muertos en las
costas de España o Italia? ¿Cómo pudo llegar la primera potencia del mundo,
Estados Unidos, el país más opulento de la Tierra, al denominado “precipicio
fiscal” que dejó momentáneamente al Gobierno de Obama sin capacidad de pago y a
los funcionarios sin cobrar sus nóminas? ¿Por qué las cumbres del clima para
tratar el calentamiento global, un problema que sólo los muy necios se niegan a
reconocer, siguen siendo eventos inútiles que como mucho dan lugar a un
comunicado de buenas intenciones? Y así podríamos seguir hasta que nos dieran las
uvas.
Son cuestiones que no tienen fácil respuesta. Sin embargo, el
excelente libro de Moisés Naim, El fin del poder, fruto de siete años de trabajo y reflexión en compañía de
expertos, puede ayudar a entender qué está pasando y por qué las élites
políticas, económicas o militares fracasan hoy por inoperancia y parálisis. El
punto de partida de Naím es que, al contrario de lo que tendemos a pensar, los
poderosos cada vez lo son menos y cada vez tienen menos margen para tomar
decisiones. Además, a un líder hoy (de lo que sea: deporte incluido) le cuesta
más permanecer en la cima porque tienen más competencia y las barreras de
entrada para sus competidores ya no son insalvables o en algunos casos
prácticamente han desaparecido. El poder está más fragmentado que nunca, y eso
es bueno, pero también complica la resolución de los problemas.
Naím demuestra que los gobiernos cada vez son más frágiles y
efímeros, y están más a expensas de las minorías. También que los grandes
conglomerados empresariales que durante décadas dominaban un sector de
actividad hoy tienen muchas más dificultades para mantener su cuota de mercado,
o que los ejércitos de las grandes potencias, preparados para la guerra total, son
incapaces de dar una respuesta en un mundo de radicales provistos de bombas
caseras o grupos terroristas de bajo presupuesto e integrantes suicidas.
Mirando a la Primavera Árabe, Naím encuentra muchas de las
causas de esa dilución del poder. El auge de las clases medias, cada vez más
exigentes con sus representantes, la escolarización universal, la mejora en la
alimentación de los jóvenes, las migraciones de millones y millones de seres que
buscan una vida más próspera, un sistema financiero internacional o la
extensión de nuevas y asequibles tecnologías a amplias capas de la población están
detrás de muchas caídas de gobiernos en otro tiempo incontestables.
En todo caso, no creo que estemos, como ha dicho algún
analista de postín, en una era “poshegemónica”, donde las jerarquías se han
borrado definitivamente. Es más, creo que estamos muy lejos de este escenario.
Habría que ser un iluso para pensar que Estados Unidos no sigue dominando el
mundo y que otros, como China, aspiran a hacerlo. No conviene llevarse a engaño
y Naím no cae en él.
Está claro que los poderosos siguen al mando, pero también es
patente que en un tiempo tan multilateral como el actual, de negociaciones
farragosas y paralizantes, dominado en muchas ocasiones por la “vetocracia” de
los pequeños, ya sean el Tea Party, Finlandia o Taiwán, las decisiones se
posponen y efectivamente los problemas quedan sin solucionar.
Nadie quiere un mundo gobernado por líderes que no den cuenta
de lo que hacen o por déspotas sin escrúpulos, ni tampoco un sistema económico
que fomente el monopolio o el capitalismo de amiguetes.
La efervescencia de esa
juventud educada que está cambiando las reglas del juego ha dado lugar a la
Primavera Árabe, el 15-M, la apertura de Irán o la reclamación de más igualdad
en las muy injustas sociedades latinoamericanas. Sin embargo, el fin del poder
también tiene sus contraindicaciones: gobiernos incapaces de dar respuesta a la
demanda de unos ciudadanos frustrados o periodos dominados por la anarquía que
para Naím son inevitables.
Llevamos dos o tres décadas en que los políticos del mundo no
han llegado a un consenso fundamental y edificante para resolver los problemas
de los ciudadanos, y cada día que pasa parecen más ineficaces para la tarea. Sin
ir más lejos, en España, el hito que marcó la Transición, hoy puesta en
cuestión por algunos, no se ha vuelto a repetir a pesar de que muchos pidan una
refundación del país.
Pero es Europa el mejor exponente de los males a los que
se enfrenta un barco sin capitán. La parálisis económica del viejo continente desde
que estalló la crisis de la deuda, con el problema griego todavía latente y
siempre amenazando, va camino de convertirse en una enfermedad crónica. En lo político,
Europa está lastrada por una estructura institucional poco representativa,
lenta e ineficaz. A nivel diplomático, pierde relevancia porque cada país hace
la guerra por su cuenta, y lo en humanitario, miles de emigrantes (norteafricanos
ayer, sirios hoy) nos siguen sacando los colores. En fin, que vamos por mal
camino.
En fin, Naím ha escrito un libro sugerente donde condensa en
poco más de 300 páginas un aparato impresionante de estadísticas e informes, y
lo hace con un estilo cristalino y un lenguaje muy didáctico que evita la jerga
del analista especializado, a pesar de que él lo es y se mueve en esos círculos
(no en vano fue director de la revista Foreign Policy y ahora trabaja en
Washington para una ONG dedicada a promover la seguridad y estabilidad global).
Entiendo que Mark Zuckerberg y sus asesores literarios propusieran El fin del
poder como primer título a discutir de su multitudinario club de lectura en la red, donde cada semana participan miles de lectores de todo el mundo.
Como digo, el libro de Moisés Naím, que también aborda la
pérdida de relevancia del catolicismo frente a los más atractivos credos
cristianos de nuevo cuño, o el declive de los medios de comunicación de siempre
en beneficio de las redes sociales o de las firmas tecnológicas, es iluminador.
De lo mejor que he leído últimamente. Y, como dice Bill Clinton en la
contraportada de la edición española, una obra que cambiará tu manera de leer
las noticias.
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