lunes, 14 de septiembre de 2015

La tragedia del pequeño librero



El otro día anunció su cierre otra librería en España, aunque la clausura de ésta, al contrario de lo que pasa con muchas otras que desaparecen (¡y lo hacen al ritmo de 2,5 al día!), tuvo extraordinaria repercusión mediática. Al parecer, Negra y Criminal, un lugar de peregrinación para los amantes del género policiaco, era un sitio del agrado de los periodistas y blogueros, muy bien surtido y gestionado por unos libreros vocacionales y conocedores de lo que venden (hasta 18.500 fichas de libros tenían disponibles). Pero ni por esas se salvó.  

En la concurrida rueda de prensa de despedida, el dueño del local, Paco Camarasa, reconoció amargamente cómo en un momento de auge de la novela negra él no había podido mantenerse. “Somos referentes, todo el mundo habla de nosotros, la gente nos quiere, se deja aconsejar, pero no nos compran los libros”, dijo en su despedida. Por eso, como recordaba Camarasa, la gente (y los periodistas, los blogueros, los autores que iban allí a presentar sus novedades, todo tipo de influencers...) pensaban que les iba de cine, cuando en realidad estaban siendo protagonistas de una historia de terror.

La historia de Negra y Criminal no es nueva y demuestra que el prestigio y la aclamación social no valen para mantener un negocio. Está bien eso de que te conozcan en el circuito y te recomienden, pero luego hay que vender para dar de comer a los hijos, pagar las facturas, el alquiler o los impuestos... Cosas que, además, en las grandes ciudades, con la dura competencia que hay, se vuelven tareas titánicas para los pequeños, por muchas horas y vocación que le echen.

Camarasa y su socia de Negra y criminal no son los primeros que tienen que cerrar justo en el momento en que gozan de prestigio y reconocimiento. En su momento, muchos lamentaron que el dueño de los cines Renoir, Enrique González Macho, decidiera cerrar gran parte de las 200 salas de versión original que mantenía en varias ciudades del país. En aquella ocasión, el veterano empresario, que sigue al frente de su distribuidora de cine de autor, Alta Films, aunque bajo mínimos, también aprovechó el momento del harakiri para reprochar a los plañideros que si hubieran acudido a las salas en su momento, los cierres, los despidos y los lamentos se habrían podido evitar.  

A todos (o a unos cuantos) nos gusta vivir en barrios alegres y llenos de tiendas cool, coquetos y confortables cafés, cines de autor, teatros de vanguardia y librerías bien surtidas. Sin embargo, luego son pocos los que mantienen con sus compras esta diversidad comercial. Sé de profesionales (abogados, altos funcionarios o empresarios) muy asentados y bien pagados que un día, por amor al libro y a la edición, decidieron abandonarlo todo y montaron una librería, pero finalmente no pudieron salir adelante. 

Librerías como la de Paco Camarasa o cines como los de González Macho eran un feliz contrapunto al monocultivo que se impone en los centros de las ciudades, donde las tiendas de ropa de las grandes cadenas o los restaurantes de comida rápida lo han invadido todo. Y también hacían más rica la vida en barrios donde hoy sólo se abren peluquerías y fruterías, como si no hubiera más cosa que hacer en la vida que cortarse las puntas y comer paraguayas.

Creo que la mayoría somos culpables de que sitios como Negra y Criminal o los cines Renoir tengan que echar el cierre. En el caso del libro, es irresistible la tentación de acudir a canales potentes como el de Amazon o los de las grandes superficies para comprar el título que muchas veces hemos ojeado en la mesa de novedades de la librería de toda la vida porque un profesional avezado y con instinto nos lo ha puesto al alcance de la mano. Por no hablar de los que se lo bajan todo de Internet -pirata por supuesto-, o de los que esperan a que su primo se lo haga llegar en un pendrive cargado ¡con otros 120.000 títulos!, una auténtica biblioteca de Alejandría por la que no se van a dejar ni un euro. 

Para disfrutar de un buen comercio tiene que haber profesionales arriesgados y con vocación y conocimiento de lo que venden, pero también un público dispuesto a cuidarlo y mantenerlo. Son sitios que tenemos que frecuentar y enriquecer con nuestra presencia. Porque la mejor lectura, la más rica y sugerente, es la compartida. Esa que, de un modo u otro, tenía lugar en la librería de Paco Camarasa.   


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