Buenas noticias para los
aficionados al libro en papel o los que, como yo, se convirtieron en su momento
en fetichistas del formato y han pasado buena parte de su juventud y de la edad
adulta buscando joyitas entre anaqueles.
Los últimos datos nos dicen
que el libro en papel ha aguantado el vendaval de Internet. Al contrario de lo
que ha pasado con la música o el cine, que han sucumbido a la venta online y
han naufragado en ese inmenso mar que es la piratería, el libro de toda la vida
sigue siendo hoy la primera demanda de los lectores en todo el mundo.
Ni
siquiera en Estados Unidos los e-books van
camino de comerse al papel. Un artículo publicado hace poco por Guillermo Altares en El País, que recopilaba datos sobre el tema, recordaba que
sólo un 20% de la facturación del negocio editorial en la patria de Amazon es
online. En España, estamos en el 10%. Aquí, además, sólo un 17% de los lectores
lee sobre una pantalla de tinta electrónica, mientras que un 58% prefiere la
celulosa de siempre.
Muchos
-y me incluyo- temieron los peor hace unos años, cuando se produjo el boom del
libro electrónico. Recuerdo unas navidades en que a Sony se le agotaron
literalmente las existencias de e-readers, y no había lector que se preciara que no
llevara un Kindle bajo el brazo.
De repente, en el metro, en
el autobús o en la cola del médico, todos cambiaron el periódico en papel y los
mamotretos de 1.000 páginas de Ken Follet, Stieg Larsson o Jean Marie Auel por
ligeros, aunque siempre arcaicos y poco funcionales, lectores digitales.
Lectores digitales cargados, en muchas ocasiones, con decenas de miles de
títulos por los que nunca abonaron un euro.
Pero las peores profecías no
se han cumplido. Todo indica que el libro en papel no va a ser una reliquia en
2020, o un artículo de lujo para un 10% de lectores caprichosos o nostálgicos.
El libro en papel seguirá siendo mayoritario porque es un artilugio estupendo y
muy funcional, y además puede ser una excelente obra artesanal que se disfruta
con todos los sentidos.
Que conste que uso
pantallitas de todo tipo, incluso en el reloj, para organizarme la vida y estar
al día de lo que pasa. Pero la lectura reposada y de largo alcance, mejor entre
aromas de tinta, papel y cartón.
Incluso
Amazon, la mayor librería virtual del mundo y uno de los grandes impulsores en
su momento del libro electrónico, gracias a su archiconocido Kindle, el e-reader más logrado
hasta la fecha, ha anunciado la apertura de su primera librería física.
La
compañía de Jeff Bezos la abrirá en el barrio universitario de Seattle, y en
sus estantes albergará 5.000 o 6.000 bestsellers, seleccionados, eso sí, gracias a las opiniones
y hábitos de compra de los millones de compradores de Amazon.com.
¿Es
un gesto de arrepentimiento de Bezos por haberle dado una buena estocada al
negocio editorial tradicional, y sobre todo al de las librerías? Puede ser, como dice mi colega César García, aunque yo diría también que es la constatación de que el
lector de papel sigue siendo mayoritario y está dispuesto a gastar más, siempre
y cuando no se interponga la piratería.
Y también es la constatación
de que una buena librería debe ser algo más que una tienda al uso. Para muchos,
entre los que me incluyo, siempre fue un lugar de peregrinación y revelaciones,
un lugar necesario donde seguir buscando sentido.
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