A propósito de 'Todo ese fuego', de
Ángeles Caso
Sumergida
en una época en la que muchas féminas creen que mostrar sus tetas en la capilla
de una universidad o exhibir a un hijo (o hija) en los escaños de nuestro
templo de la democracia es la mejor manera de defender los derechos de la
mujer, leer un libro dedicado a las hermanas Brontë, como es Todo ese fuego, de Ángeles Caso, te hace reflexionar acerca de cuánto nos pueden enseñar aún unas señoras que
vivieron casi dos siglos antes que nosotras, en la Inglaterra victoriana y en
un ambiente rural que marcaba, a fuego, que la frontera de cualquier vocación
femenina se ubicaba en el felpudo de su hogar.
Charlotte,
Emily y Anne, las Brontë, podrían servir de perfecta imagen de pancarta de
cualquier proclama feminista. Empujadas y educadas por un padre, completamente
atípico, que en pleno siglo XIX cree que sus hijas tienen que crecer libres y
cultas, se convirtieron, talento mediante, en féminas absolutamente brillantes.
Este progenitor, reverendo para más inri, les concede libertad completa para
leer todo lo que les apetezca y para debatir asuntos religiosos, sociales y
políticos.
Con un par (en este caso, sí, de buenas tetas). Y las “niñas”
responden: piensan por sí mismas, sueñan, crean, sufren y… como bien señala
Ángeles Caso, “escriben, y escriben, y escriben, y dejan que la voz de la
imaginación las dominase”. Ahí es nada a mediados del XIX. Eso sí que es
reivindicar la identidad femenina.
Acuciada
siempre por la falta de dinero y por la estrechez económica, la familia Brontë,
a la que hay que unir un calavera de hermano (el más talentoso si hacemos caso al
sentir de las muchachas) y dos hermanas que fallecen adolescentes, siempre se
mueve en el terreno de “lo políticamente incorrecto”. Las tres Brontë sufren si
tienen que abandonar el hogar familiar, escriben juntas, no creen que pasar por
el altar sea la única manera de dar sentido a una vida y viven en unas
condiciones absolutamente inadecuadas para dar a luz unos libros tan increíbles.
Pero lo hicieron. Y no una sola sino el trío.
Parieron tres pedazos de novelas (hay
más) que aún hoy te revuelven las tripas: Cumbres borrascosas, Jane Eyre y Agnes Grey. Una triada que se erige en arenga feminista sin pretender serlo,
lo que le concede mucho más valor. Y razón. Novelas con féminas rebeldes, con
ideas propias y que huyen de la sumisión. Y publicadas en la Inglaterra que se
pinta sin sufragio femenino y sin apenas mesas en las aulas para las mujeres.
Todo
ese fuego defiende, sin ninguna pretensión de rigor histórico (aunque sí está adecuadamente
documentada), que la fuerza creadora, cuando se desata, desborda cualquier
dique. Y está por encima de cualquier género. Ángeles Caso nos conduce con
agilidad por la historia novelada de la familia Brontë, parándose más en lo
que sentían que en lo que hacían.
El hilo conductor principal es Charlotte (que
escribe Jane Eyre) y que se erige en la hermana más reivindicativa. Es ella
la que las empuja a publicar (bajo seudónimo masculino, por supuesto) y la que
encuentra, primero, el éxito. Anne sí que llega también a paladear el reconocimiento, pero Emily, la autora de Cumbres borrascosas (con mucho, el libro más
rotundo, más rebelde y más perturbador) muere sin saber que con los años se
convirtió en una novela de culto.
No creo que le importara lo más mínimo. Como
tampoco le importaría que tras su muerte y la de Anne, prematuras ambas,
Charlotte decidiera desvelar que en lugar de tres hermanos (hasta en el engaño
se mantuvieron juntas) las autoras verdaderas eran un trío femenino. Sin
ínsulas feministas hicieron más por las mujeres que algunas que portan
pancartas. A veces, de verdad, es mejor enarbolar libros como símbolo
reivindicativo. Eso sí, después de leerlos.
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