Por lo
que cuentan, Rafael Chirbes estuvo 20 años escribiendo y reescribiendo esta historia
mínima sobre el amor esporádico entre dos hombres y el poso de dolor que
indefectiblemente deja tras de sí. Paris-Austerlitz, que aparece justo después de la muerte del autor y que muy bien podría ser
una trama secundaria en alguno de los brillantes frescos polifónicos que sobre
la sociedad española y sus miserias escribió en las dos
últimas décadas, es la confesión de un pintor madrileño de buena y acaudalada
familia que se muda a París y conoce a Michel, un obrero corpulento y mucho
mayor que él.
Chirbes
nos cuenta los mejores momentos de esa extraña pareja, la plenitud erótica y
afectiva que tiene lugar en el piso angosto y mal iluminado de Michel, en el extrarradio parisino. Pero también el proceso de derrumbe de esa relación, motivado por las dudas del
pintor y la incompatibilidad entre la vida tierna y satisfecha con las pequeñas
cosas que le ofrece el operario bretón y las aspiraciones profesionales del
artista. Una caída finalmente subrayada por la fulminante enfermedad que socaba el cuerpo deseado de
Michel, ese sida al que el protagonista se refiere como “la
plaga”, quizá en un guiño a Camus.
Como en sus obras anteriores, esta novela, en definitiva el testamento literario de
Chirbes, se sostiene en una larga confesión, la del joven pintor -quizá un alter ego del propio escritor valenciano, que en su juventud también pasó un año en la
capital francesa-. Chirbes vuelve a mostrar su maestría para hacer avanzar la
acción, retroceder o detenerse en algún punto siguiendo el hilo del bien armado discurso
interior de sus personajes, como ya ocurrió en Crematorio o En la orilla.
Sin
embargo, no se trata de un solipsismo total, y en el relato del artista que guía el relato se
mezclan las voces del propio Michel; de su desconsiderado padrastro; de
Jeanine, amor de juventud del obrero y ángel de la guarda cuando la enfermedad le lleva a la postración; o de la propia madre del pintor, que va a buscarle a
París con el fin de que vuelva al confortable redil burgués madrileño que ha
sacrificado por una incierta carrera artística.
Algunos pasajes de Paris-Austerlitz son puñetazos, golpes de lucidez que desvelan la felicidad o la amargura que esconden los silencios o las palabras pronunciadas por la pareja. Con la misma contundencia con que hablaba Chirbes
en sus anteriores novelas de la ciénaga moral en que
se ha convertido este país antes de la crisis, un territorio abandonado a la
voluntad de constructores y políticos sin escrúpulos, ahora nos cuenta, también de forma
descarnada, una muy creíble historia de amor y odio, de sentimientos confusos que se pueden verbalizar, pero no dominar.
Paris-Austerlitz es también el reverso de ese París de cliché que nos han dejado el cine y la iconografía de los últimos 100 años. La ciudad por la que deambulan Michel y su pareja no tiene el brillo que el imaginario colectivo le ha ido otorgando a la capital francesa, que aquí es un sitio mugriento y de cielos grises y plomizos, de largas jornadas de trabajo y madrugones para coger el autobús que devuelve cada mañana a los somnolientos operarios a las fábricas del extrarradio, de humildes menús en café-tabacs y de borracheras con vino malo en bulliciosos bares de emigrantes. Chirbes nos cuenta la historia de un amor que florece con la intensidad de las cosas únicas e inolvidables y se marchita antes de tiempo, en medio del paisaje miserable de las banlieues parisinas. Una maravilla.
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