A propósito de la lectura de 'Blitz',
novela de David Trueba
Admiro mucho a los escritores que han creado mundos de fantasía casi de la
nada, o que se han documentado hasta la saciedad para recrear un episodio de la
historia lejana, del tiempo de los romanos, de la Edad Media o de los gloriosos
siglos imperiales, siempre con irreprochable detalle y verosimilitud. Sin
embargo, a mí me han interesado más los escritores que, a través de la ficción
o no, me han hablado del tiempo confuso y quizá poco novelesco que nos ha
tocado vivir. Por eso me he leído Blitz, la última novela de David Trueba, casi
de una sentada y sin pestañear. Y es que Blitz engancha desde la primera línea precisamente por la
cercanía de lo que cuenta, de los tipos que describe, perfectamente
reconocibles, y por el trasfondo social y económico que, por desgracia, los
envuelve, también tan próximo.
Beto, un arquitecto-paisajista que anda por la treintena, viaja con su
novia Marta a Munich con la esperanza de ganar un concurso de diseño de
jardines, quizá el último cartucho para salvar su empresa, un proyecto al borde
del naufragio. Sin embargo, allí descubre que Marta tiene un amante y está
decidida a abandonarlo. Beto opta quedarse unos días más de los planeados en el
congreso para tratar de asumir, en la espesura gris y fría de la ciudad
alemana, y en soledad, el golpe recibido. Pero cuando estaba dispuesto a
dejarse arrastrar por la corriente del desamor y el abandono, conoce a Helga,
la azafata que se encarga de atenderle en el congreso de arquitectos, una
alemana prejubilada que hace voluntariado y vive sola con su gato.
En el cogollo del relato, contrapone Trueba la visión de la vida y el sexo
de Beto, un treintañero algo pueril, falto de estima y aficionado al
derrotismo, y Helga, una mujer madura, muy organizada y un punto maternal, y
que no espera ya mucho de la vida ni de las relaciones. Blitz es una novela que
describe un conflicto generacional, pero también que habla de expectativas
vitales insatisfechas, del paso del tiempo y de las carencias afectivas que nos
dejó la infancia.
David Trueba ha escrito una deliciosa tragicomedia romántica que, por su
carácter episódico, por los giros de la acción y por las elipsis de su tramo
final, bien podría ser el germen de un guión de cine. Pero Blitz va más allá
del existencialismo de urgencia de un relato breve, y la caída sentimental de
ese joven profesional tan dado a la melancolía y la autocompasión tiene como
telón de fondo la cruda realidad que ha dejado la crisis económica en España,
un paisaje gris de mileuristas venidos a menos, contratos basura, alquileres inasumibles, emprendedores
desnortados, emigración forzosa y planes casi siempre pospuestos de formar una
familia.
Cualquier joven de esta España de hoy que lea el libro podrá identificarse
con ese diseñador de jardines que, a pesar del glamour pasado de la
arquitectura en los tiempos de vacas gordas del boom inmobiliario y los
presupuestos municipales disparatados, hoy anda sin blanca en la ciudad extraña
en la que su novia la ha dicho ahí te quedas. Con ese Beto insensato que invierte
los últimos euros que le quedan en la cuenta corriente en el móvil más caro de
la tienda y que, más tarde, apenas gana para pagarse en Barcelona una
habitación cerca de la oficina donde un colega le ha ofrecido un trabajo que
huele a última oportunidad.
Blitz es una novela sugerente que, como decía, engancha por la cercanía de
sus personajes y de las situaciones que aborda, donde la precariedad laboral se
mezcla con la autoindulgencia y la dificultad del protagonista para aceptar la madurez.
Como ha demostrado en la miniserie Qué fue de Jorge Sanz o en las novelas
Cuatro amigos o Saber perder, a Trueba se le dan bien los retratos de
perdedores que viven en la cuerda floja y que se redimen por la amistad y el
amor cuando menos lo esperan.
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