A propósito de la lectura de
'Los últimos días de Adelaida García Morales',
de Elvira Navarro
"¿Qué podemos amar que no sea una sombra?"
Friedrich Hölderlin
Lo reconozco. Yo también me di prisa para descargarme en Amazon este libro en cuanto supe de su existencia. Y lo hice por la
contundencia del título y su promesa de revelación. Yo también quería saber qué
había sido de Adelaida García Morales, una de las autoras más enigmáticas de la
literatura española de los últimos 40 años, musa discreta y anarquista en sus
años de formación, de cuya pluma salió el relato El sur, tan bello y
enigmático como la película a la que dio lugar, dirigida por su marido durante
una época, Víctor Erice, una vaca sagrada del cine con menos películas que los
dedos de una mano y también carne de mitomanías y leyendas urbanas varias. Yo
también quería saber cómo cayó en el olvido esa belleza aparentemente serena de
Adelaida García Morales, olvidada por todos al tiempo que su producción
literaria escaseaba y las nieblas de la depresión, según dicen, ahondaban su
silencio.
Los últimos días de Adelaida García Morales ha suscitado
un cruce de declaraciones entre la autora, Elvira Navarro, joven novelista y
colaborada en periódicos, y Víctor Erice, quien no supo del libro hasta que éste estaba
acabado. Una defendiendo la soberanía de la ficción para abordar (y trascender)
cualquier faceta de la realidad, y el otro reivindicando unos límites para esa
ficción: los de la dignidad y el respeto a la intimidad de unos personajes que,
como la propia Adelaida, él mismo o los hijos de la escritora, aparecen de soslayo
en el texto pero nunca fueron consultados para la elaboración de esta crónica
con final anunciado.
El malentendido entre realidad y ficción preside todo el
libro de Navarro, aunque ella deja muy claro en un momento del mismo su propósito:
“Este libro es una obra de ficción. Todo lo que se narra es falso, y en ningún
caso debe leerse como una crónica de los últimos días de Adelaida García
Morales”. Así lo cuenta Elvira Navarro en un apartado llamado “aclaraciones”,
precedido por otro donde enumera los hitos en la biografía de Adelaida desde su
nacimiento hasta su muerte, y seguido por otro, “créditos de las fuentes”,
donde cita los materiales periodísticos y bibliográficos a los que le llevó su
fascinación por la autora. Sin embargo, si estamos ante una ficción, cabe
preguntarse por qué Navarro nos advierte con tanta contundencia, como si no se
fiara del criterio del lector o intentara de antemano guardarse las espaldas
ante reacciones posteriores como la de Erice. ¿Y por qué ese interés en exhibir
las fuentes e informaciones que inspiran su relato? ¿Por qué arropa Navarro su
escritura de una objetividad y una asepsia que niega por otro lado al afirmar
que debe ser leída como pura fabulación?
Navarro parte en su libro de una anécdota de origen algo
incierto. Unos meses antes de morir, Adelaida García Morales pidió a los
servicios sociales de la localidad donde vivía (Dos Hermanas, en Sevilla) 50
euros para pagar el autobús a Madrid, donde, según ella, le esperaba un hijo
que la necesitaba. A partir de ahí, Elvira Navarro monta dos tramas que va
alternando en la primera parte del libro. En una de ellas nos habla de la
peripecia de la concejala de cultura que tuvo que enfrentarse a la autora cuando
estaba en las últimas, y que intenta más tarde organizarle un homenaje, guiada
por un sentimiento a medio camino entre la culpa, la fascinación y el deber
burocrático. En la otra, una documentalista también fascinada por la
sensibilidad de la autora de El Sur o El silencio de la sirenas (finalista del Premio Herralde en 1985) se aproxima
a la escritora a través del testimonio de tres personas que la conocieron,
entre ellas el psiquiatra de la Seguridad Social que trató su depresión. Sin
embargo, en ambos casos son personajes de cartón piedra sin demasiado interés
que le sirven a Navarro para repasar algunos hitos de la vida de García Morales
y rendir un tributo a su prosa delicada.
La ficción de este libro es escueta, postiza, difícil de
creer y no trasciende. No sentimos la supuesta perplejidad e inquietud que
produce en las dos mujeres la caída y muerte de Adelaida García Morales. El
resto del libro son apoyos documentales que van precisamente en la dirección de
convertir la novela en un reportaje de la vida, obra, silencios y ausencias de
Adelaida. Incluso llega a reproducir Navarro un programa de radio real donde se
hace una semblanza de la autora de El sur: lo condujo el periodista Javier
del Pino en la SER y contó con la participación de Alfonso Guerra, quien había
coincidido con Adelaida en algún momento de las décadas de los 60 y los 70 en
Sevilla en un conocido grupo de teatro independiente.
No dudo de que Elvira Navarro está tan fascinada con la
figura y las novelas hondas y dolorosas de Adelaida Garcia Morales como sus personajes, y como tantos que, como
yo, habrán acudido corriendo a las librerías a comprar el libro. Pero en esta
crónica no transmite esa fascinación. Su novela se inserta en esa corriente
moderna de obras donde, si las cosas van bien, realidad y ficción conviven en
armonía y se retroalimentan. Un género que manejan bien escritores como Javier
Cercas o Emmanuel Carrère, y que también se cultiva en la televisión o el cine.
Pienso en una de las series de moda, Narcos, sobre la peripecia de Pablo
Escobar, o en esos largometrajes cargados de trabajo de documentación que han
intentado retratar la vida de Steve Jobs, el ajedrecista Bobby Fischer o del
creador de Facebook, Mark Zuckerberg.
Desde luego, esta crónica no apaga la fascinación compartida
por Adelaida García Morales, y tengo que reconocer que siempre leí la escueta
ficción de Elvira Navarro y su pequeña investigación esperando encontrarme en
algún momento con la autora de El Sur y con la magia de sus palabras. Aunque eso no ocurrió.
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