A propósito
de la lectura de 'Amy e Isabelle',
novela de Elizabeth
Strout
Elizabeth Strout se convirtió en un fenómeno literario tras
publicar su colección de relatos Olive Kitteridge y ganar con ella el premio Pulitzer en 2009. Debo confesar que
no pude acabarla. Y no es que el libro me pareciera malo, pero me aburrió,
quizá, como me señalaba una amiga irónicamente, porque la especial sensibilidad
de Strout en su descripción del universo femenino fuera demasiado sutil para
mí.
En mi descargo, confieso que me ha gustado mucho Amy e Isabelle, la primera novela de Strout,
donde profundiza en su exploración del alma de las mujeres, que me ha llegado
mucho más que Olive Kitteridge. La autora dedicó siete años de duro trabajo a
Amy e Isabelle, lo que se percibe de
lejos en su bien estudiada estructura y en todos los detalles de la trama. El
argumento es sencillo: Isabelle, una mujer soltera de mediana edad, y su hija
adolescente, Amy, conviven en un pequeño pueblecito de Nueva Inglaterra donde
la aburrida vida cotidiana discurre despacio, aplastada bajo el calor de un verano
inclemente. Madre e hija se ocultan mutuamente muchas cosas, lo que bloquea su
relación, aunque compartan mucho más de lo que se atreven a imaginar…
La novela habla de mujeres con vidas rotas por las
casualidades y las decisiones precipitadas: “…comprendía
lo extraordinariamente fácil que era hacer daño a alguien, arruinar una vida.
La vida era un tejido frágil y los tijeretazos caprichosos de un momento
cualquiera de egoísmo podían cortarlo en pedazos… Un tijeretazo aquí y otro
allá. Y todo desecho”.
Los personajes femeninos sufren por amor y desamor, por los
problemas que afrontan en su trato con los demás, por el efecto del paso del
tiempo en sus cuerpos, por las miserias del día a día y los recuerdos que las
atormentan. Y sufren aún más por sus deseos insatisfechos y por las
consecuencias de su inconsciencia cuando se atreven a satisfacerlos en un
instante de arrebato.
Las morosas descripciones del día a día, que al principio casi
aburren, refuerzan poco a poco y por contraste la complejidad psicológica de
los dramas de las protagonistas, quienes, abrumadas por sus torturas interiores,
se enfrentan a sus quehaceres diarios de manera poco menos que heroica.
Eso sí, las protagonistas de Strout redimen sus desventuras gracias
a la complicidad que comparten con otras mujeres en sus profundas relaciones de
amistad, descritas por la escritora desde la intimidad de cada personaje, con exquisita
empatía y delicadeza. Por el contrario, la autora no nos deja penetrar en la
mente de los hombres, que se comportan como criaturas zafias, preocupadas tan solo
de satisfacer sus bajos instintos.
Desde su papel subsidiario, aunque decisivo
por sus desgraciados efectos, los crueles personajes masculinos de Strout,
actúan como teloneros sombríos de sus compañeras, que luchan contra su rudeza tan sólo con las débiles armas que les proporciona su sensibilidad.
Un juguetón sentido del humor y el hábil manejo de los puntos
de vista y de las revelaciones de los personajes son algunas de las cualidades
de esta novela aguda, que me ha dejado las ganas de seguir leyendo a Elizabeth
Strout… y también un poso de vergüenza masculina, no me atrevo a decir si
merecida o no...