lunes, 26 de junio de 2017

El periodismo (y la vida), según Juan Cruz


A propósito de la lectura del libro ‘Un golpe de vida’,
de Juan Cruz

En Un golpe de vida, Juan Cruz se propuso escribir una crónica del periodismo a lo largo de sus 40 años de profesión, quizá un dictamen fatal sobre una profesión que se disuelve como un azucarillo, asediada por las exigencias de las nuevas tecnologías y por el show-business que se ha impuesto como vía para ganar audiencia. Sin embargo, finalmente le salió a Cruz un libro que habla del periodismo, sí, pero también del desencanto de las ideologías juveniles, de los hachazos que te da la vida, de la intimidad del dolor propio y ajeno, de todo eso que ni los periodistas que confunden la redacción y la urgencia de una noticia con todo lo demás pueden ignorar.

Mezclando memorias personales y profesionales -en Cruz es todo lo mismo-, volvemos a tener un libro profundamente sentido. Juan Cruz vuelve a recurrir a su escritura desordenada, como su mesa de trabajo, tan llena de notas y libros a medio terminar. Su discurso es tentativo, caprichoso, de ida y vuelta, envolvente. Pero, a pesar de todo, su palabra, y su mirada, es precisa como el filo de un cuchillo cuando se trata de dar cuenta de los desgarros y las alegrías de la vida, de la suya y de la de sus seres queridos.

Juan Cruz escribe para poner la vida en orden, para superar los miedos y los desvelos que le producen el dolor de los demás. Cruz elimina ese dolor poniendo juntas las palabras de las heridas que supuran, como dice Virginia Woolf en el libro autobiográfico que inspira el título de estas memorias otoñales.

El periodismo siempre fue una profesión inmisericorde con los viejos, con los que cumplían años y peinaban canas en las redacciones. Quizá como todas las profesiones, sobre todo en España, donde cumplir años es pecado. Este libro es un homenaje a los que siguieron escribiendo o queriendo escribir hasta el último día, confundiendo el periódico con la vida misma. Es un recuerdo para los que no tuvieron la gallardía de despedirse, de jubilarse de una profesión que se lo dio todo y que les dejó nada. Cruz se mira en el espejo de los que no pudieron con “el repecho” de la vejez y no tuvieron coraje para decir adiós y cerrar por última vez la puerta de la redacción: Manu Leguineche, Feliciano Fidalgo, Manuel Vázquez Montalbán…

Un golpe de vida es un libro que habla de la deriva de una profesión asediada por los bulos sin confirmar que propagan las redes sociales, las noticias que desprecian los hechos y cualquier criterio de verificación, la cháchara sin fin y egocéntrica de los tertulianos televisivos o la dictadura temporal de la web, donde vale mucho más llegar antes que llegar bien.

Sin embargo, secretamente, yo esperaba un dictamen más lúgubre sobre la profesión de alguien que se puede remontar a 50 años atrás en este oficio, a los tiempos en que empezó fingiendo que escribía crónicas deportivas en su barrio natal de La Vera, en el Puerto de la Cruz, en Tenerife, o haciendo de todo en la redacción en el periódico El día, en Santa Cruz, y durmiendo en un pensión con cucarachas. Esperaba la sentencia de muerte de un oficio de alguien que ha tenido que ver cómo en los últimos tiempos la precariedad laboral ha arrasado la profesión y ha dejado un reguero de mesas y sillas vacías en las redacciones, y cómo la precariedad empresarial ha dejado unos medios a los que no queda más remedio que convertirse en voceros de los poderes económicos y políticos que todavía están dispuestos a repartir unas migajas.

“El periodismo es ya otra cosa, ni mejor ni peor, otra cosa”; “está gris el oficio invencible”, viene a decir Juan Cruz al final de su libro. Son juicios, en cualquier caso, mucho menos contundentes que aquel otro que escribió Lluís Bassets hace unos años y que llevaba por título ‘El último que apague la luz’.

Quizá sea de entender que Juan Cruz no entierre la profesión que amó por encima de tantas cosas, a la que dedicó más esfuerzos que a nada, a la que confundió con la vida misma, “el oficio invencible”, como la llama tantas veces en este libro, “el oficio inevitable”, como la llama en algún momento. “Nunca fui desgraciado en un periódico, otra cosa es lo que sucedía o iba a suceder en los entretiempos”. En fin, Un golpe de vida es otro capítulo de ese relato con que Juan Cruz ordena desde hace tantos años su vida y alivia sus penas.


miércoles, 7 de junio de 2017

Una tarde en el Feria del Libro de Madrid (What else?)



Tarde cálida de primavera, cielo despejado, sin nubes ni tormentas amenazadoras en el horizonte. Y el bullicio tranquilo de un día laborable en la Feria del libro de Madrid. ¿Qué más se puede pedir?

Todo está al alcance de un clic en Amazon y en el resto de Internet. Antes, cuando un libro abandonaba los estantes de las librerías,  desaparecía de verdad, se esfumaba sin dejar rastro. “Está descatalogado”, nos decía el librero, y uno no tenía más remedio que agachar la cabeza y resignarse a no leer aquel título deseado pero postergado u olvidado por el editor, quizá porque nadie más mostró interés por él en mucho tiempo.

Aunque todo está al alcance de nuestra mano en Internet y en esos supersites de libros como Amazon.com uno puede encontrar la última edición de cualquier novela o ensayo, en papel o en formato electrónico, o incluso de segunda mano, y también tiene en otras webs la alternativa del PDF pirata, creo que la experiencia de pasar una tarde soleada (o dos, o tres) en la Feria del Libro, en el Parque del Retiro, oliendo a pino y a hierba húmeda, es inigualable. Esa gigantesca mesa de sugerencias que se prolonga durante cientos de metros y casetas por el Paseo de Coches del Retiro es la mejor invitación a la lectura que se me ocurre.

Un paseo tranquilo y atento por las casetas de las editoriales en la Feria del libro depara muchas sorpresas (los expositores de las librerías, que no se suelen arriesgar y optan por un puñado previsible de novedades y bestsellers, suelen dar menos de sí). La Feria del libro siempre es un reencuentro con viejos amigos a los que las mesas de novedades no dan la oportunidad durante el año, pero que aquí vuelven a aparecer y a reclamar la atención. En mi caso, vienen a mi encuentro los hermanos Panero, el reconcentrado Iñaki Uriarte o el peruano Ribeyro, cuyos espléndido diario -La tentación del fracaso- tantas veces he tenido en las manos y nunca me he llevado a casa. 

En la Feria del Libro de este año volví a encontrarme pues con los irreductibles Panero y su, quizá ya demodé, invitación a la autodestrucción: Páginas de Espuma ha publicado los cuentos completos de Leopoldo María. En Visor di con unas Prosas encontradas, artículos también de Leopoldo María publicados en ¡ABC y Egin!, y Bartleby ha publicado una biografía de Michi Panero que incluye cuentos que nunca publicó el menor y más autocrítico de esa saga tan amiga del malditismo.

Otra de las cosas que me gustan de la Feria del libro es el batiburrillo. En una caseta -en concreto la de la editorial ESIC- enseñan libros de negocios y dedican algún volumen a orientarnos en la tarea ciclópea de conseguir 10.000 seguidores en Twitter (sin hacer trampas ni acudir al mercado negro de las redes sociales, supongo). Más allá, los de la Fundación Federico Engels intentan mantener viva la llama del comunismo primigenio con títulos que ya nadie se para a ojear. Y, por otro sitio, una editora vehemente intenta venderme Los extraños, novela de un autor del que no he oído hablar pero que a partir de ahora, según ella, deberé tener muy en cuenta porque es un auténtico crack: Vicente Valero. Le digo, casi disculpándome, que tomo nota y sigo andando en busca de tesoros. 

Los de la editorial Turner también me intentan enganchar, aunque con maneras más suaves. La verdad es que los de Turner publican libros cuando menos sugerentes. Más allá del espléndido La España vacía, de Sergio del Molino, un libro en principio para una minoría de lectores y que milagrosamente ha trascendido y ha puesto en el mapa mediático a ese medio país que desaparece por la despoblación, Turner tiene títulos como Por qué los edificios se caen, un repaso por los grandes desastres arquitectónicos de la Humanidad, o La importancia del tenedor, que nos cuenta cómo han ido cambiando los útiles para cocinar, desde la cuchara de madera a la Thermomix.

En la Feria del Libro de Madrid también hay santuarios por los que uno debe pasar sí o sí, aunque sólo sea para cerciorarse de que siguen ahí y de que no todo es vacuidad, fachada y show-business también en el mundo de la literatura. En mi caso, esa peregrinación en busca de las esencias siempre me lleva a los puestos de Anagrama y Acantilado. Da gusto comprobar que, a pesar de tanta fruslería y de tanto libro firmado por el cocinero de moda o por el último youtuber millonario e imberbe, en esta Feria también alguien va a poder ojear y comprar Los ensayos de Montaigne, las memorias europeas de Stefan Sweig, las novelas terminales de Rafael Chirbes o esa reinvención del periodismo que hizo Truman Capote en A sangre fría.

En la Fería del libro también quedamos retratados como lectores. A mí, por ejemplo, la caseta de Valdemar, una editorial con un imponente catálogo de títulos clásicos de aventuras y suspense, no me llama la atención gran cosa. Conozco alguno que se pasaría la vida en ella. Tampoco soy lector de poesía, y paso de largo por los puestos de Hyperion o Visor, dos referentes para los amantes del verso. Lo mismo me pasa con los que exhiben comics, aunque me haya llamado la atención este año uno que ha sacado Planeta basado en Intemperie, la sorprendente primera novela de Jesús Carrasco. Tampoco me interesan los libros para niños o novelas históricas, y así -ay- tantas cosas.

Por último, me despido con una lista heterogénea y poco meditada de libros que han pasado por mis manos en esta Feria y que, de haber sido hombre de caudales o sobrado de tiempo, me habría llevado a casa. Ahí va, por si a alguien le da ideas: El tenis como experiencia religiosa, de David Foster Wallace, en Random House; 50 palos… y sigo soñando, de Pau Donés, en Planeta; Pablo Isla. En el corazón de Zara, de Jesús Salgado y Xabier Blanco, en La Esfera de los Libros; Sapiens, de Yuval Noah Harari, en Debate; Soy de pueblo, de Raquel Corcoles, en editorial Glenat; Los cinco y yo, de Antonio Orejudo, en Tusquets; Amar es dónde, de Joan Margarit, en Visor. What else?