Tarde cálida de primavera, cielo despejado, sin nubes ni
tormentas amenazadoras en el horizonte. Y el bullicio tranquilo de un día
laborable en la Feria del libro de Madrid. ¿Qué más se puede pedir?
Todo está al alcance de un clic en Amazon y en el resto de
Internet. Antes, cuando un libro abandonaba los estantes de las librerías, desaparecía de verdad, se esfumaba sin dejar
rastro. “Está descatalogado”, nos decía el librero, y uno no tenía más remedio
que agachar la cabeza y resignarse a no leer aquel título deseado pero
postergado u olvidado por el editor, quizá porque nadie más mostró interés por
él en mucho tiempo.
Aunque todo está al alcance de nuestra mano en Internet y en
esos supersites de libros como Amazon.com uno puede encontrar la última edición
de cualquier novela o ensayo, en papel o en formato electrónico, o incluso de
segunda mano, y también tiene en otras webs la alternativa del PDF pirata, creo
que la experiencia de pasar una tarde soleada (o dos, o tres) en la Feria del
Libro, en el Parque del Retiro, oliendo a pino y a hierba húmeda, es
inigualable. Esa gigantesca mesa de sugerencias que se prolonga durante cientos
de metros y casetas por el Paseo de Coches del Retiro es la mejor invitación a
la lectura que se me ocurre.
Un paseo tranquilo y atento por las casetas de las editoriales
en la Feria del libro depara muchas sorpresas (los expositores de las
librerías, que no se suelen arriesgar y optan por un puñado previsible de
novedades y bestsellers, suelen dar menos de sí). La Feria del libro siempre es
un reencuentro con viejos amigos a los que las mesas de novedades no dan la
oportunidad durante el año, pero que aquí vuelven a aparecer y a reclamar la
atención. En mi caso, vienen a mi encuentro los hermanos Panero, el
reconcentrado Iñaki Uriarte o el peruano Ribeyro, cuyos espléndido diario -La tentación del fracaso- tantas veces he tenido en las manos y nunca me he
llevado a casa.
En la Feria del Libro de este año volví a encontrarme pues con
los irreductibles Panero y su, quizá ya demodé, invitación a la autodestrucción:
Páginas de Espuma ha publicado los cuentos completos de Leopoldo María. En
Visor di con unas Prosas encontradas, artículos también de Leopoldo María
publicados en ¡ABC y Egin!, y Bartleby ha publicado una biografía de Michi Panero que incluye cuentos que nunca publicó el menor y más autocrítico de esa saga
tan amiga del malditismo.
Otra de las cosas que me gustan de la Feria del libro es el
batiburrillo. En una caseta -en concreto la de la editorial ESIC- enseñan
libros de negocios y dedican algún volumen a orientarnos en la tarea ciclópea
de conseguir 10.000 seguidores en Twitter (sin hacer trampas ni acudir al
mercado negro de las redes sociales, supongo). Más allá, los de la Fundación
Federico Engels intentan mantener viva la llama del comunismo primigenio con
títulos que ya nadie se para a ojear. Y, por otro sitio, una editora vehemente
intenta venderme Los extraños, novela de un autor del que no he oído hablar pero que a partir de ahora, según ella, deberé tener muy en cuenta porque es un
auténtico crack: Vicente Valero. Le digo, casi disculpándome, que tomo nota y
sigo andando en busca de tesoros.
Los de la editorial Turner también me
intentan enganchar, aunque con maneras más suaves. La verdad es que los de
Turner publican libros cuando menos sugerentes. Más allá del espléndido La España vacía, de Sergio del Molino, un libro en principio para una minoría de lectores y que milagrosamente ha trascendido y ha puesto en el mapa mediático a ese medio
país que desaparece por la despoblación, Turner tiene títulos como Por qué los
edificios se caen, un repaso por los grandes desastres arquitectónicos de la
Humanidad, o La importancia del tenedor, que nos cuenta cómo han ido cambiando
los útiles para cocinar, desde la cuchara de madera a la Thermomix.
En la Feria del Libro de Madrid también hay santuarios por los
que uno debe pasar sí o sí, aunque sólo sea para cerciorarse de que siguen ahí
y de que no todo es vacuidad, fachada y show-business también en el mundo de la literatura. En mi caso, esa peregrinación
en busca de las esencias siempre me lleva a los puestos de Anagrama y
Acantilado. Da gusto comprobar que, a pesar de tanta fruslería y de tanto libro
firmado por el cocinero de moda o por el último youtuber millonario e imberbe, en esta
Feria también alguien va a poder ojear y comprar Los ensayos de Montaigne, las memorias
europeas de Stefan Sweig, las novelas terminales de Rafael Chirbes o esa
reinvención del periodismo que hizo Truman Capote en A sangre fría.
En la Fería del libro también quedamos retratados como
lectores. A mí, por ejemplo, la caseta de Valdemar, una editorial con un
imponente catálogo de títulos clásicos de aventuras y suspense, no me llama la
atención gran cosa. Conozco alguno que se pasaría la vida en ella. Tampoco soy
lector de poesía, y paso de largo por los puestos de Hyperion o Visor, dos
referentes para los amantes del verso. Lo mismo me pasa con los que exhiben
comics, aunque me haya llamado la atención este año uno que ha sacado Planeta basado
en Intemperie, la sorprendente primera novela de Jesús Carrasco. Tampoco me
interesan los libros para niños o novelas históricas, y así -ay- tantas cosas.
Por último, me despido con una lista heterogénea y poco
meditada de libros que han pasado por mis manos en esta Feria y que, de haber
sido hombre de caudales o sobrado de tiempo, me habría llevado a casa. Ahí va,
por si a alguien le da ideas: El tenis como experiencia religiosa, de David
Foster Wallace, en Random House; 50 palos… y sigo soñando, de Pau Donés, en
Planeta; Pablo Isla. En el corazón de Zara, de Jesús Salgado y Xabier Blanco,
en La Esfera de los Libros; Sapiens, de Yuval Noah Harari, en Debate; Soy de
pueblo, de Raquel Corcoles, en editorial Glenat; Los cinco y yo, de Antonio
Orejudo, en Tusquets; Amar es dónde, de Joan Margarit, en Visor. What else?
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